Hace menos de un año, la representante a la Cámara, Katherine Miranda Peña, con base en un episodio que consideró acoso sexual callejero y violencia contra una mujer en Bucaramanga, radicó un proyecto de ley bajo el título ‘Por medio de la cual se crea el tipo penal de acoso sexual en espacio público y se dictan otras disposiciones’. Hoy, en la ruta legislativa, desde comienzos de septiembre, la iniciativa transita por el segundo debate.
Lo que en esencia aspira la dirigente de la Alianza Verde en Bogotá es que al Capítulo Segundo del Título IV del Libro Segundo de la Ley 599 de 2000, (Código Penal) se le adicione lo siguiente: “Artículo 210-b. Acoso Sexual en Espacio Público. El que, sin mediar consentimiento, acose, asedie física o verbalmente, realice exhibicionismo, tocamientos o filmaciones con connotación sexual inequívoca o contenido sexual explícito, contra una persona, en espacio público, lugares abiertos al público, o que siendo privados trasciendan a lo público incurrirá en prisión de uno (1) a tres (3) años siempre que la conducta no constituya por sí misma otro delito”.
Si lo anterior se convierte en ley, al infractor le cabría una pena en prisión entre 2 y 4 años.
Pese a que la represente Miranda aclaró que no se incluye el piropo como tal, el simple hecho de que en el texto contemple la expresión “verbalmente”, se da por contado que quien se pase de la raya con uno de grueso calibre, puede ser hombre o mujer, deberá atenerse a las consecuencias jurídicas.
¿Pero cómo es que algo que se tenía como el preámbulo del halago y la galantería, en muchos casos con fines amorosos, esté en estos tiempos en el umbral del acoso sexual y por ende dentro de los delitos? Una respuesta aproximada a la mutación se puede interpretar de un escrito del comunicólogo y viajero mexicano Tony Galindo, en portal viajeromexico.com, ‘La historia del piropo: la antigua costumbre de halagar a la mujer’.
Pero antes de compartirles el trabajo de Galindo es bueno que sepan que los historiadores aseguran que el término viene del latín ‘pyropus’ y el griego ‘pyropos’, que traduce ‘fuego en los ojos’, se divide el vocablo en ‘pyr’, fuego y ‘ops’, ojos; pero tiene como antecedente antiguo que así se le llama a una piedra preciosa de color rojo, similar al rubí. En síntesis, podría decirse que el halago lanzado lleva, en la sola mirada, un implícito ‘rojo lujurioso’.
El comunicólogo señala que, antiguamente, el cortejo a una mujer empezaba por allí. “Sin embargo, con el paso del tiempo el piropo cruzó la línea del mal gusto hasta convertirse en lo que hoy se conoce como “acoso”.
“El Piropo. Un estudio del flirteo callejero en la lengua española”, publicado en 1998, señala que las primeras referencias escritas con el uso de la palabra “piropo” datan del siglo XVI, pero que tan rápido como apareció fue degradando su cortesía y aumentando su crudeza”.
“A fines del siglo XVI, el biólogo y escritor español Benito Arias Montano publicó una serie de versos en los que dice que el rojo de las mejillas de una joven doncella es capaz de eclipsar el rojo de un rubí. Esta comparación, según el filólogo cervantista Américo Castro, llevó a que los jóvenes estudiantes del siglo XVI comenzaran a recitar estos versos a sus novias y luego fueran imitados por otros muchachos que dedicaban versos a las mujeres que transitaban por las calles”.
“La práctica del piropeo, que de una romántica declamación de versos fue simplificándose a un simple fraseo de palabras adulatorias o lisonjeras, rápidamente se extendió por España, Italia y algunas otras regiones mediterráneas, así como por Latinoamérica”.
“En la medida que fue popularizándose y cruzando fronteras, el piropo también fue mutando. Dejó de ser solo una costumbre oral. Comenzó a incorporar gestos y sonidos. Entonces era costumbre entre los hidalgos españoles arrojar sus capas al paso de la dama deseada o que los galanes españoles del siglo XIX se cubrieran los ojos ante una mujer para demostrar que los deslumbraba su belleza”.
“También que comenzaran a tirar besos al aire cuando veían a una mujer. Así, la aparición de los largos y fuertes silbidos para galantear fue inminente. Y luego empezaron a subir de tono las insinuaciones, las metáforas adquirieron fuerte contenido sexual”.
“A comienzos de los años 20, según Reportajes de ‘El Mercurio’, el piropeo era un deporte entre los bohemios y escritores que piropeaban sin miedo y sin éxito. Pero lo hacían sin obscenidades. ‘Era el mejor tiempo del piroperismo’ nacional, pero esto cambió de forma drástica hasta la actualidad”.
“Hoy, albañiles, taxistas y hombres de toda clase, si ven a una mujer hermosa y atractiva la masacran con las peores obscenidades y ríen en valientes hordas como hilarantes antropoides” señala Enrique Lafourcade, escritor y periodista”, según cita que hace Galindo.
No Comments