Hoy, el diario de una pasión lo cuenta una de sus protagonistas:
Día 1
Era una mañana fría, Luisa, como la llamaremos, tenía un viaje de trabajo no programado a un municipio a varias horas de camino. Antes de salir, dejó la casa en orden. Sabía que su regreso era muy tarde y salió afanada, despeinada, poco maquillaje, con una ropa casual y sobria.
Su compromiso era importante. Llamó desde una aplicación el transporte que la llevara a la estación de bus más cercana. Al confirmar, al otro lado del teléfono, estaba él, a quien llamaré Pedro. Confirmó el lugar con una coordenada muy especial.
“Para desviar a los policías, me vas a dar un abrazo como si fuéramos amigos. Sé que parece raro; pero, por favor, soy nuevo en esto y no quiero tomar riesgos”, le explicó el hombre. Luisa estaba algo sorprendida, con la petición, pero estuvo de acuerdo. La inquietaba más llegar a tiempo a su reunión.
Cuando Pedro y Luisa se encontraron, no fue un abrazo cualquiera. Dos desconocidos, en una fría mañana abrazando sus almas.
Durante el recorrido, conversaron como si fueran amigos de toda la vida. Cómo si el abrazo les hubiera desnudado el alma. Luisa llegó a tiempo y Pedro prometió estar pendiente. Luisa sonrió. Pensó ¿Pendiente?, pero ¿por qué, ¿Qué compromiso tenía para que el estuviese pendiente de mí? Luisa no entendió o no quiso entender. Viajó por 4 horas a su destino y olvidó a aquel caballero amable que solo pidió un abrazo.
Pasadas las 12 de la noche. Recibió un mensaje: ¿Estás bien? ¿Fue un éxito tu viaje? Luisa no entendía nada. Solo sabía que Pedro era extraño y que ella quería seguir conociendo a ese extraño.
Dia 2
Han pasado cuatro días. Luisa está inquieta, no respondió el mensaje porque era muy tímida, pero quería un abrazo. Pero no sabía cómo hacer para verlo. No tenía excusa alguna.
Su vida transcurría entre su hogar y el trabajo. Pero, en el día a día, cada vez que respiraba profundamente, lo sentía. Pedro era blanco, de estatura media y cuerpo atlético, se notaban sus hábitos saludables.
Luisa encontró la manera de viajar; lo hubiese podido posponer ocho días más. Pero quería verlo. Era un viaje corto, pero debía llegar a la parada del bus. Temblaba por dentro y llamó a Pedro.
Luisa ansiosa estuvo a tiempo, Pedro era muy puntual. Cruzaron sus miradas y de nuevo un segundo gran abrazo. Dos minutos de piel en medio de la ropa. Se escuchaban sus corazones agitados. El perfume de él se volvería inolvidable para ella.
Esta vez, poco hablaron. Ella se dedicó a mirarlo, a contemplarlo, a grabarlo en su mente mientras duraba el corto trayecto. La dejó en la parada del bus y se atrevió a despedirse con un beso en la mejilla.
Día 3
Pedro escribe un mensaje. Han pasado siete días. Su mensaje es más cálido. Luisa últimamente ha tenido mucho éxito en su trabajo, se siente feliz y recibe cada logro como un peldaño más en su carrera. Lo tiene todo aparentemente: Ingresos excelentes, éxito laboral, éxito en su hogar, es una buena madre, Luis tiene 11 años, cursa primero de bachillerato y se destaca por sus talentos académicos.
Luisa cree que lo tiene todo, siempre se ha sentido completa, cree que no le falta nada. Sin embargo, Pedro le escribe y ella tiembla de inmediato. Se ha dado cuenta que le encanta su voz, su mirada, su sonrisa, su piel y ese aroma, pero sobre todo le gusta la fuerza de su ser y su esencia.
Está ocupada. Lo deja en visto por una hora. Hasta que siente que le debe hablar:
-Estoy bien.
Él responde:
-Si eso está claro; lo que te pregunto es: ¿Dónde estás?
Luisa está muy al norte de la ciudad y Pedro está en el centro. La distancia es larga, pero Pedro le dice que quiere abrazarla. Luisa sin pensarlo corre a su encuentro, aunque sabe que no se puede demorar.
Pedro está afuera de un café, un lugar reservado, y aunque muy transitado. Es el lugar perfecto porque está aislado de los sitios frecuentes de ambos.
Luisa llega y Pedro la abraza. Esta vez es más que un abrazo. Acaricia su espalda, toca sus manos, su rostro. Su respiración era profunda. Acordaron un encuentro para el viernes. Era urgente verse.
Luisa regresó temblando. Trato de conciliar el sueño. Al día siguiente le esperaban muchas reuniones y debía estar mentalmente concentrada. Pero su piel estaba en otra sintonía. Estaba vibrando y descubrió después de tantos años que le gustaba sentirse viva de nuevo.
Día 4
Llegó el día de la cita. En el café. Luisa llegó a tiempo, Pedro se retrasó. Luisa empezó a pensar que todo estaba saliendo tan bien, pero era algo pasajero. Decidió decirle a Pedro que era la última vez que se veían.
Pedro llegó una hora después, no había olvidado su cita. Había tenido un imprevisto y no había podido escribirle a Luisa. Cuando Luisa lo tuvo al frente cambió sus argumentos en un instante y entendió que Pedro le permitía ser ella, y decidió confesarlo.
Confesarlo no le costó, su personalidad siempre fue fuerte y arrolladora. Le dijo lo que sentía su piel y él se acercó lentamente y besó sus labios tibios y húmedos. Luisa decidió dejar todo de lado y como cuando tenía 15 años dedicarse a sentir. Él rozó por largos minutos con su lengua sus labios hasta desencadenar en un largo y profundo beso. Mordió sus labios y acarició su espalda y no paraba de besarla.
Luisa debía regresar. Pedro la llevó y en el camino ella acariciaba sus piernas, su pecho y su rostro. Acariciarlo de esa manera era tan maravilloso y embriagante. Aprovechó esa media hora intensamente. Se despidieron sin fecha para su próximo encuentro.
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