Todo hecho histórico contiene episodios que, para un acucioso historiador de la médula del acontecimiento en sí, o de su protagonista, se convierten en un reto obsesivo que no lo deja dormir en paz. A mí, particularmente, me llaman la atención las historias de personajes que, aunque son elevados al Olimpo, traen detalles de su vida terrenal, el de la persona común y silvestre.
Les ilustro con varios ejemplos que destacan como Napoleón Bonaparte, en Francia; Enrique VIII, en Inglaterra; y Francisco Franco, en España, si bien son referentes en la historia mundial dada su gallardía, firmeza de carácter, luchadores de mano dura, entre otras virtudes y defectos, en la intimidad no pasaban de ser simples corderos frustrados.
En el portal web ABC, periódico virtual de España, el cronista Manuel P. Villatoro, en un extenso trabajo, ‘La trágica vida sexual de Napoleón: violencia, falta de virilidad y cuernos’, no se va con vainas al describir a quien era el ‘Emperador’ Bonaparte, o ‘Rey de Reyes’, en el Siglo XIX, especialmente en Francia e Italia.
“Lo que nunca logró tener es aquello que más ansiaba: el amor de su querida Josefina de Beauharnais. Una mujer a la que el ‘Pequeño corso’ quería con locura pero que, según podemos establecer gracias al privilegio que nos da ver los hechos más de dos siglos después, únicamente fingió quererle para poder llenarse los bolsillos a su costa”, escribe Villatoro.
Bonaparte y la dama treintañera, con dos hijos de su primer marido, el vizconde Alejandro de Beauharnais, se conocieron en 1795, “cuando no era más que un general de provincia que aún no se había ganado sus galones en el campo de batalla”; en resumen, Napoleón era un miserable.
Destaca el cronista, contado por una de sus fuentes, la historiadora, periodista, escritora y autora, Ángeles Caso, que “Josefina formaba parte entonces de un grupo de otras tantas mujeres guapas que, al haberse empobrecido durante la Revolución, buscaban casarse con hombres poderosos”.
En la medida en que la fama del militar fue creciendo por sus batallas ganadas, las chicas se fueron cruzando en su camino y aunque estuvo interesado en la española Teresa Cabarrús, Josefina se le atravesó y lo dejó flechado de manera obsesiva. Sin embargo, quizás por la viajera del militar hacia territorios en conquista, el aburrimiento, la soledad, o la falta de amor de Josefina hacia él, la cosa terminó tan mal que hasta casos de corrupción salió a relucir.
Para no alargar el cuento, el ’Emperador’ al enterarse que su ya convertida en esposa le adornaba su frente con una cornamenta, y su dinero confiado a ella iba rumbo al fondo de la olla, cambió su sentimiento por el odio; se volvió mujeriego y regador de hijos, lo que refutó en la alta sociedad francesa la fama de ‘inepto sexual’ dada por su adorada Josefina.
“Viendo que su matrimonio peligraba y que no lograba alumbrar a un niño, quiso echarle las culpas a él. Hay varios testigos de la época que afirmaron que Josefina puso en duda la virilidad de Napoleón, aunque ella nunca deja constancia de ello directamente. Fue una estratagema para dificultar un posible divorcio y ridiculizarle ante los demás”, le aseguró Caso a Villatoro.
El final es que Napoleón y Josefina se divorciaron después de 13 de vida tormentosa; cada uno cogió por su lado, pero Bonaparte siempre estuvo pendiente de su ex hasta su fallecimiento por pulmonía en Italia, según la historia.
El otro caso de personaje, pero con vida terrenal, lo cuenta la periodista madrileña Carmen Ro, en ‘Ana Bolena humilló a Enrique VIII con una frase sobre su virilidad que quedó grabada en la historia’, para la sección Vida y Estilo del portal de Yahoo.
“Enrique VIII llegó a casarse seis veces. Todas sus esposas se encontraron desdichadamente ante un hombre que no permitía que una mujer le llevase la contraria, ni que tuviera una opinión propia. Casarse con Enrique VIII era un riesgo vital, literalmente hablando. El rey conocido como ‘El ogro inglés’ mandaba a sus esposas a la Torre de Londres para que les cortaran la cabeza, en cuanto se sentía contrariado… Pero en el juicio contra Ana Bolena, ella no se calló y dijo alto y claro algo que humilló tremendamente al rey Enrique VIII: “La espada del rey no pasa de ser una simple navaja”, comparte Ro a través de su escrito.
El lío matrimonial Enrique-Ana, según la cronista, surgió “después de que Ana Bolena sufriera un aborto, Enrique VIII la acusó de haber utilizado la brujería para seducirle y casarse con él”; por eso ordenó corte de cabeza por parte de un experto traído desde la región de Calais por su fama de rápido y eficaz.
El tercer caso está reseñado en el portal Flooxer Now, suscrito por quien firma como Liopardo, bajo el título ‘Franco, el dictador unicojón’, el cual asegura que la vida sexual del dictador es un misterio, casi inexistente, citando el libro ‘Franco Confidencial’, de Pilar Eyre.
“Paquita, como así lo llamaba su padre, decía que su hijo era un ‘marica’, ‘bajo’ y ‘enclenque’, y se reía de su voz aflautada. En una ocasión, el padre de Franco llegó a romperle el brazo a su otro hijo porque se lo encontró masturbándose. Una familia muy concienciada con la educación sexual, como podemos ver”.
“Al parecer, su única relación sexual fue la que dio lugar al engendramiento de su hijita Carmencita, aunque se ha rumoreado que ni fuese hija biológica suya. Pero después de más de 40 años después su muerte, el debate sigue ahí sobre si Franco era homosexual, bisexual o, simplemente, un monórquido frío e impotente”, concluye Liopardo.
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