¿A quién se le ocurre relacionar, incluso dedicar largos años de investigaciones con todo lo que ello implica desde el punto de vista económico, que el largo cuello de las jirafas va ligado al tema de la sexualidad? Y la respuesta es simple… a los científicos.
Los invitó a echarle una mirada a un reciente registro que hizo la AFP, la famosa Agencia Francesa de Prensa, y que luego replicaron en el mundo sus abonados, entre ellos El Tiempo, bajo el titulo ‘Jirafas: explicación del largo de su cuello estaría en la selección sexual’.
El escrito se basa en publicaciones que se hacen en dos prestigiosas revistas científicas, de esas que tienen el rótulo de indexadas, porque solo hay cabida para artículos que se publican siempre y cuando superen estrictos filtros de verificación, como ‘Sciencie’ y ‘National Geographic’.
Se parte de la percepción, muy similar a la que tenía el famoso naturalista Charles Darwin, de que en su proceso evolutivo el cuello de la jirafa se fue estirando por el esfuerzo hecho para poder alcanzar el alimento que parecía alejársele de sus mandíbulas; sin embargo, con el correr del tiempo comenzó a verse desde el punto de vista de lo sexual.
“La ciencia ha buscado la teoría más acertada sobre el porqué las jirafas son los animales más altos terrestres entre las especies actuales. Entre las hipótesis no solo está la de la competencia por el alimento, sino que también se destaca la de la selección sexual. Un estudio publicado en la revista ‘Science’, encontró que el alargamiento del cuello de las jirafas se dio porque su morfología ‘se adaptó a un feroz comportamiento de cabezazos entre machos’”, sostiene el escrito.
Agrega que “los cuellos largos y robustos de esta especie son decisivos para el apareamiento, pues resultan más atractivos para las hembras y ayudan a los machos en los enfrentamientos por una de ellas”.
Se explica en ‘Science’ que las jirafas tienen, coronando su cabeza, dos protuberancias, denominadas osiconos, “fundamentales para defenderse, pero que de nada le servirían si no contara con la fuerza de su gran cuello”.
Sobre ese aspecto ‘National Geographic’, señala que “un adulto de 10 años, por ejemplo, tiene un cuello de 1.8 metros de longitud, osiconos de 13 centímetros de longitud y la fuerza suficiente para romper las piernas de un macho joven, pues puede golpear a unos 100 km/h, con una fuerza de impacto de 4.000 newton”.
La conclusión del estudio difiere un poco de la percepción de que al mamífero hervívoro se le fue estirando el pescuezo para poder alimentarte y plantea que: “El combate de ‘cuello’ fue probablemente la principal fuerza impulsora para las jirafas que han desarrollado un cuello largo, y la navegación de alto nivel, probablemente, fue un beneficio compatible de esta evolución. El posicionamiento ecológico en los nichos marginales promovió la intensa competencia sexual, y los feroces combates sexuales propiciaron morfologías extremas para ocupar los nichos especiales en las jirafas”.
Más adelante, en el artículo, se da respuesta a la manera sobre cómo llegaron científicos contemporáneos a esa conclusión ligada a lo sexual, como lo expone el chino Shi-Qi Wang, autor de una investigación hecha partir del hallazgo de un fósil en su país, el Discokeryx xiezhi, que existió hace 17 millones de años y es miembro de la familia Giraffoidea, a la que pertenecen las jirafas.
“Tanto las actuales jirafas como el Discokeryx xiezhi pertenecen a la superfamilia Giraffoidea. Aunque la morfología de su cráneo y cuello son muy diferentes, ambos están relacionados con los combates durante el cortejo de los machos y las dos especies evolucionaron en una dirección extrema”, afirma Wang.
Luego, el científico entra en detalles con otras especies de la citada familia, cuyos machos se han caracterizado en trenzarse en una especie de combate, que sin tanto complique explicativo se traduce en manifestaciones de galanteo de rivales para impresionar a la hembra, a la que le habían puesto el ojo.
Lo que queda ahora por saber, y de seguro que en eso deben estar metiendo lupa inquietos científicos, es si las hembras le paraban bolas a esa singular manera de enamorarlas. Eso será material para otro artículo en ‘Sciencie’ o ‘National Geographic’.
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