En medio de la pérdida de la capacidad de asombro que, cada vez, nos envuelve con mayor fuerza, aún hay cosas que despiertan curiosidad, sobre todo si detrás están inquietos científicos de prestigiosas universidades tratando de descifrar misterios.
En febrero pasado, en medio del ‘mar de información’ de prensa, relacionada con hechos mediáticos de truculencia, corrupción, farándula, etcétera, el periódico El Espectador, en su edición virtual, abrió un pequeños espacio y publica una de esa curiosidades, protagonizada por una variedad de marsupial en Australia.
El cuento, en resumen, es el siguiente: Investigadores de universidades de Sunshine Coast y de Queensland se aliaron para despejar una sospecha, a instancias de la Australian Wildlife Conservancy, entidad que protege la fauna en esa nación, sobre el comportamiento de los quolls (Dasyurus hallucatus, nombre científico), marsupiales que viven entre sabanas de la costa septentrional hasta sureste de Queensland.
La especie, según registros, entre 1980 y el 2010, tuvo una reducción de población del 95%, debido a los frecuentes ataques de perros y gatos salvajes. Pero, a partir de allí, la organización protectora detectó algo singular en los machos y es que dejan de dormir para dedicarse al sexo desenfrenado, buscando a hembras que viven en otras latitudes, aunque las consecuencias resulten fatales.
Sobre el avance en las investigaciones es citado Christofer Clemente, uno de los coautores, científico biomecánico y profesor de la Universidad de Sunshine Coast. “En sus palabras, en la época de reproducción de estos marsupiales, que ocurre entre julio y agosto, los machos suelen buscar insistentemente a las hembras, que viven en otro territorio. Prácticamente, recorren una maratón para lograr sus propósitos”.
La afirmación de Clemente está soportada en la estrategia de seguimiento durante 42 días, mediante la colocación de rastreadores a dos machos del fogoso marsupial australiano, descrita al diario español El País. “Dos machos, a los que llamamos Moimoi y Cayless, se movieron entre 10,4 y 9,4 kilómetros en una noche, respectivamente. Una distancia humana equivalente a 40 kilómetros, basada en la longitud de zancada promedio”.
Otro de los investigadores, Joshua Gaschk, licenciado en Ciencia, deja claro que “no dormir dificulta su recuperación luego de la temporada de reproducción. Él cree que eso explicaría la muerte de estos animales luego de esos meses”. Pero no solo dejan de dormir, señalan las investigaciones, sino que tampoco comen y dejan de lado hasta la autoprotección quedando a merced de otros depredados. Solo les interesa tener sexo hasta morir de agotamiento.
Concluye el informe en que “aunque las hembras pueden vivir entre tres y cuatro años para reproducirse y pueden dar a luz hasta a 18 crías, solo un tercio de ellas pueden sobrevivir: únicamente tienen seis pezones para alimentarlas”.
Otras curiosidades
Pero no solo los quolls son promiscuos sexuales. La edición virtual de El Imparcial, publicación española, en el artículo ‘La promiscuidad en el mundo animal también es cosa de madres’, de la agencia Sinc, hace un compilado de otras especies de animales con un ritmo sexual acelerado, confirmado por científicos.
Les comparto algunos casos, partiendo de afirmaciones de varios investigadores como Timothy Birkhead, profesor de Ecología del Comportamiento en la Universidad de Sheffield (Reino Unido), autor de ‘Promiscuidad’, un libro que da detalles del asunto. Según él, “ambos sexos pueden ser promiscuos, pero mientras los machos se llevaban la fama, no ocurría lo mismo con las hembras hasta fecha muy reciente”.
Mientras tanto, un colega suyo, Stephen Beckerman, antropólogo en la Pennsylvania State University, de Estados Unidos, afirma que en muchos humanos el comportamiento de los animales en materia sexual es simular y destaca la ‘multipaternidad’, que es “tener a varios padres pendientes de las necesidades de la descendencia”. También asegura que “si el sexo no fuera placentero, nuestra especie se habría extinguido hace mucho tiempo”.
Por su parte, Ashleigh Griffin, investigadora en el departamento de Zoología de la Universidad de Oxford, Reino Unido, sostiene que en las aves la promiscuidad no está siempre asociada a la colaboración y tampoco aporta aparentes beneficios a las hembras. “¡Todo lo contrario! La reproducción cooperativa es más probable en especies con antepasados monógamos. Esto se debe a que los grupos familiares con un solo padre y una madre están más estrechamente relacionados entre sí y los compañeros de nido serán hermanos completos en lugar de medio hermanos”.
Más adelante, en la publicación de El Imparcial, llama la atención la conclusión de un estudio revelado en Scientific Reports acerca de la “evidencia cuantitativa de una enfermedad de transmisión sexual en insectos, en concreto en las abejas domésticas (Apis mellifera). Las reinas son las más susceptibles de infectarse con parásitos intracelulares a través del semen de los machos anteriormente infectados. Ellas son las responsables de copular con diversos machos para producir colonias más aptas”.
Y cierra el extenso articulo haciendo referencia a la infidelidad en especies de animales por parte de las hembras, que se aparean con diversos machos para animarlos a criar a su descendencia. “En un análisis comparativo entre padres cornudos de 50 especies de aves, peces, mamíferos e insectos, un equipo liderado por la Universidad de Oxford reveló que en la mayoría de las especies los machos no abandonan a la descendencia ni reducen el cuidado paterno, aun cuando son “engañados” por sus compañeras”.
¿Cómo les parece?
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