Por décadas, el respeto ha sido considerado un pilar ético y moral de la convivencia humana. No solo como norma de cortesía, sino como expresión profunda de reconocimiento hacia el otro: sus ideas, su dignidad, su espacio.
Sin embargo, en las sociedades modernas, este valor parece estar en franco retroceso. Las señales son múltiples: desde el lenguaje agresivo en redes sociales hasta la creciente intolerancia en espacios públicos, pasando por la deslegitimación de autoridades, el desprecio por normas básicas de convivencia y la trivialización del desacuerdo.

Un estudio empírico realizado en universidades públicas del Estado de Nuevo León, México, reveló que los valores de respeto y tolerancia están en crisis permanente, especialmente entre las generaciones más jóvenes.
Las causas son múltiples: el ritmo acelerado de los cambios tecnológicos, la fragmentación de los vínculos sociales, la sobreexposición a discursos polarizantes y la falta de espacios formativos que promuevan la empatía y el diálogo.
En Colombia, una investigación desarrollada en el Colegio San Antonio de Villa del Rosario, Norte de Santander, identificó que la principal causa de la falta de respeto en la comunidad educativa es la ausencia de procesos formativos claros y efectivos.
A esto se suma la poca claridad en las normas de convivencia y la escasa aplicación de correctivos pedagógicos.
El estudio concluye que la violencia estructural y la crisis de valores en el entorno social impactan directamente en la conducta de los jóvenes.
Expertos, como la mexicana, Karla Eugenia Rodríguez Burgos, doctora en filosofía con orientación en ciencias políticas, señalan que el respeto ha sido desplazado por una cultura del individualismo exacerbado. “La lógica del éxito personal, la competencia constante y la validación a través de redes sociales han erosionado la capacidad de reconocer al otro como legítimo diferente”, afirma.
Por su parte, el sociólogo colombiano Ferney Rodríguez Serpa, advierte que la pérdida del respeto está vinculada a la crisis de los referentes éticos. “Cuando las instituciones pierden credibilidad, cuando los líderes no encarnan valores coherentes, los ciudadanos tienden a replicar conductas de irrespeto como forma de resistencia o desencanto”, explica.
Aunque el respeto es difícil de medir directamente, algunos indicadores permiten aproximarse a su deterioro. Según el Barómetro de las Américas 2023, el 42% de los latinoamericanos considera que la gente en su país “no respeta las leyes ni a las autoridades”. En Colombia, el 38% de los encuestados afirmó haber presenciado actos de discriminación o agresión verbal en espacios públicos durante el último año.
En el ámbito digital, un informe de la ONG Plan Internacional reveló que el 58% de las adolescentes en América Latina han sido víctimas de acoso o comentarios irrespetuosos en redes sociales. Estos datos no solo evidencian la pérdida del respeto como norma social, sino también su impacto en la salud mental y la cohesión comunitaria.
¿Cómo rescatar el respeto? La tarea es compleja, pero no imposible. Requiere una acción concertada entre familias, instituciones educativas, medios de comunicación y líderes sociales.
En primer lugar, es urgente recuperar el respeto como valor formativo desde la infancia. Esto implica enseñar no solo normas de cortesía, sino también habilidades de escucha activa, resolución pacífica de conflictos y reconocimiento de la diversidad.
En segundo lugar, los medios deben asumir un rol más responsable en la promoción de discursos respetuosos. La tendencia de volver espectáculos de farándula los conflictos y ver normal todo expresión de insulto como forma de debate han contribuido a la erosión del respeto en el espacio público.
Es necesario que los líderes —políticos, religiosos, comunitarios— encarnen el respeto en sus prácticas cotidianas.
Como señala el filósofo colombiano Estanislao Zuleta, “el respeto no se impone, se inspira”. Cuando los referentes sociales modelan conductas respetuosas, la ciudadanía tiende a replicarlas.

En tiempos de polarización, crisis institucional y aceleración tecnológica, el respeto se convierte en un acto de resistencia ética. No es debilidad ni sumisión, sino fortaleza moral. Respetar no significa estar de acuerdo, sino reconocer que el otro tiene derecho a existir, a pensar, a disentir.
Rescatar el respeto es, en última instancia, rescatar la posibilidad de convivir en la diferencia. Es volver a mirar al otro no como amenaza, sino como interlocutor. Es entender que sin respeto no hay democracia, no hay comunidad, no hay humanidad.
Y como toda virtud, el respeto no se hereda: se aprende, se practica, se cultiva. Hoy más que nunca, es tiempo de sembrarlo.