Son siete, aunque en principio eran ocho, todas inherentes al ser humano, quizás, desde el mismo instante en que es concebido. Son compañía toda la vida, así haya quien no comulgue con la afirmación. Algunas más evidentes que otras. Se las recordamos desde esta tribuna, solo con el propósito de que las mediten y saquen sus conclusiones.
Historiadores que se han ido a la médula afirman que, en el Siglo IV de la Era Cristiana, el monje, pensador, orador y asceta Evagrio Póntico, a quien también ‘bautizaron’ el Solitario, “fijó en ocho las principales pasiones humanas pecaminosas: ira, soberbia, vanidad, envidia, avaricia, cobardía, gula y lujuria”.
Sin embargo, siguen contando los investigadores, que casi un siglo después, el sacerdote y asceta rumano, Juan Casiano, redujo la lista a los siete ítems que se conocen hoy bajo el rótulo de ‘Los Siete Pecados Capitales’. El religioso sacó del listado la cobardía.
También aseguran que el fraile, teólogo y filósofo católico Santo Tomás de Aquino, en su época, se refirió a los pecados capitales como “aquellos que tienen un fin excesivamente deseable de manera tal que, en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal”.
El año pasado, el portal de la Diócesis Católica de Málaga, España, publicó un análisis modernizado con dos expertos profesionales del comportamiento humano, sobre ‘Los Siete Pecados Capitales’, que son llamados así porque de ellos se desprenden más, esos sí incontables.
El psiquiatra, José María Porta Tovar, define cuatro (soberbia, lujuria ira y pereza) uno por uno, y los acompaña con una reflexión que sirve de insumo a los inquietos en el tema. Mientras, la psicóloga Inmaculada Benítez-Piaya Chacón hace lo propio con los tres restantes (avaricia, envidia y gula) advirtiendo que “si la idea de pecado está en desuso (ya que para algunos lo único rechazable es lo que dicta el código penal), la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza, no dejan de ser malos vicios que nos impiden ser mejores personas”.
Así que los invitamos a leer con detenimiento:
“La soberbia: Es el pecado capital más difícil de superar. Probablemente porque se asienta sobre una gran mentira que todos reconocemos excepto el propio interesado. Una mentira que nos impide ver más allá de nosotros mismos, que nos cierra la puerta al amor, a la compasión, al perdón y a la esperanza. En el Sermón de la Montaña, Jesús decía: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. En el fondo, solo los humildes podrán un día ser justos, sabios y santos.
La lujuria: Es un pecado muy escurridizo. A veces se esconde a la sombra de grandes virtudes, como la ternura, el cariño o el amor mismo. Sin embargo, nada tan lejos del amor como la lujuria. El amor es ofrenda, la lujuria es rapiña. En el amor nos damos y en la lujuria nos aprovechamos de un bien ajeno.
La ira: Es una explosión de amor propio. Nos sentimos heridos, marginados, impotentes, y acudimos a la violencia para defender nuestros supuestos derechos. Es un pecado muy propio de personas débiles, instintivas e inseguras. A veces se habla equivocadamente de ella, cuando nombramos la ira divina, sabiendo que el sumo amor no es compatible con ella.
La pereza: A primera vista podríamos preguntarnos si estamos hablando de un pecado capital. Parece, más bien, un pecadillo de “andar por casa”. Sin embargo, cuando buscamos el significado profundo de la palabra, nos damos cuenta de su importancia. Los griegos hablaban de “acedia”, que significa desinterés, falta de ilusión por las cosas, los hechos o las personas. Los psiquiatras hablamos de “falta de proyecto vital”, y lo que recomendamos a nuestros pacientes es adoptar una actitud positiva ante la vida, buscando humildemente su sentido, en el maravilloso concierto del universo.
La avaricia, cuyo reverso de la moneda sería la tacañería. El tacaño nunca da, y el avaro siempre quiere más. Estos son pecados especialmente estigmatizados en la sociedad actual. La persona avariciosa siente un irrefrenable deseo de poseer riquezas, dinero, de tener toda clase de lujos aun cuando estos sean inútiles y superfluos. Para combatir la avaricia está la honradez, aunque parece que en los tiempos que corren dicha virtud se encuentre en desuso.
La envidia, que lleva a quien la padece a sufrir por los éxitos del prójimo. El envidioso siente pesar del bien ajeno y se mofa o genera dudas de quien triunfa o destaca. La envidia la superamos cultivando la caridad, no la que nos lleva a dar limosna, sino la que genera verdadera alegría y satisfacción ante los triunfos y éxitos ajenos, eso se traduce en amistad sincera, que es la que hace que nos unamos a los que amamos celebrando con ellos las alegrías y también ofreciéndoles consuelo en las penas.
La gula, un vicio con el que nos mostramos más indulgentes, porque, aunque seamos más conscientes que nunca de los estragos que producen los excesos tanto en la comida como en el consumo de bebidas alcohólicas, y cada vez aboguemos más por la salud del cuerpo, nos parece que la virtuosa moderación es cosa de dietistas”.
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