Uno anhela que la guayaba
esté en el tiempo justo de maduración,
con el olor infinito
a las compotas o dulces
preparados por mamá,
para degustarlos después de la cena
entre plática y versos y música y amor.
Uno anhela que aquellos días
de infancia,
trepados sobre el árbol
de tronco torcido y ramas lisas,
con el vestido sucio
de restos de guayaba
-madura, dulce, carnosa, jugosa-,
cuando la vida era correndillas
y travesuras,
vuelvan, más que desde la evocación,
a estos días de incertidumbre
y camino al final.
Uno anhela que no solo llegue el olor
a guayaba desde el olfato
y el gusto de la memoria,
uno anhela que la infancia vuelva
y se aloje per sécula en esta dimensión,
para sonreír, como aquellos días.
Poeta invitada: Dina Luz Pardo Olaya
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