Hoy, en el confesionario, conversé con Manuel (*), un cuarentón, alegre, extrovertido, mamador de gallo, excelente conversador, apasionado por la música de gaita y millo, y con una gran vocación de servicio para el prójimo y la comunidad. Él es sacerdote católico y hace año y medio se convirtió en “¡papá!”, así como se lee.
“Antes de ordenarme, no me visionaba casado, pero si quería tener hijos. Fue algo circunstancial de mi humanidad. La naturaleza biológica. El ambiente en el que me desenvuelvo es de mucha cercanía con el sexo opuesto. Hay que tener mucha fuerza de voluntad”, confiesa.
Manuel cuenta que su vocación empezó cuando cursaba tercero de bachillerato. Aclara que más que la vocación en sí fue una curiosa inquietud por el sacerdocio. Curiosidad que se mantuvo hasta que terminó sus estudios y siguió su vida como cualquier joven. “En ese momento tenía novia y trabajaba con mi padre en mecánica diésel. Me gustaba mucho la arquitectura o la ingeniería y mira terminé siendo sacerdote”, agrega jocosamente.
Manuel se ordenó como sacerdote en noviembre del 2010. Estaba vinculado a la parroquia de su pueblo y el párroco lo envió a una convivencia al Seminario Mayor. Ahí le dan la carta de aceptación y empieza “la aventura de formación sacerdotal”, como la llama.
Le pregunté si cuestionaba la Iglesia Católica antes de ordenarse y me responde con honestidad: “De hecho, en mi inquietud, tenía un concepto muy negativo de los sacerdotes: primero, pensaba que se metían al sacerdocio porque no les gustaban las mujeres; y segundo, que todos eran maricas… (ja, ja, ja), gran error”, afirma.
Manuel no niega su inconformidad por aquellos sacerdotes que abusan de menores de edad. Y en cuanto al celibato admite que, si lo cuestionó al principio, pero resalta que es muy diferente cuando se vive la experiencia. “La visión cambia totalmente”, asegura.
¿Cuándo te ordenaste como sacerdote tú vida cambió? “Claro que cambió, pero en el fondo hay que ser el mismo, pero no lo mismo. Muchísimas cosas buenas llegaron a mi vida. La confianza que generas en la mayoría de las personas. Conoces su alma sin que ellos te conozcan. Desnudan su conciencia y apenas te han visto por primera vez. Eso reconforta: la ayuda que prestas a gente vulnerable. Eres luz, esperanza y fortaleza para muchos”, se emociona al hablar.
¿Tú familia qué pensaba cuando te ordenaste? “Mi madre siempre ha sido un apoyo incondicional. Mi padre, al inicio, no estuvo de acuerdo. El tiempo me dio la razón y se mejoró la relación con él”.
¿Cómo te sientes ser papá en tú condición de sacerdote? “Es una experiencia muy particular, no te voy a negar que es hermoso, pero muy difícil. Es muy complejo, son muchas emociones juntas y, a la vez, ver tu descendencia, es muy gratificante”.
¿Cuál fue la reacción de los nuevos abuelos? “De ellos, total apoyo, no les gustó mucho al comienzo. Pero aman al niño y de inmediato me dijeron que contaba con ellos siempre”.
“La Iglesia Católica de oriente, llamada ortodoxa, permitió que los curas se casaran y tuvieran hijos, y por conocimiento de causa, créeme que fue peor la cura que la enfermedad. Humanamente, eso es un caballo de batalla, y me dirás, ¿por qué, no te cuidaste o algo?, pero hasta al mejor cazador se le va la liebre”, señala.
Pero detrás de una situación como la de Manuel, hay un proceso canónico que ilustra así: “La Iglesia estudia cada caso por aparte, no todos los casos son como el mío. La Iglesia por esto no nos retira del sacerdocio”, aclara.
En su caso particular, hubo una queja por parte de la mamá de la muchacha ante el Obispo, por eso fue suspendido, temporalmente, de sus oficios pastorales. El proceso continuó y, luego, fue reincorporado.
Cuenta que, en este proceso canónico, el Obispo le pregunta al sacerdote, si quiere seguir en el sacerdocio. “En ocasiones, hay quienes deciden retirarse”.
¿Te arrepientes de algo?: “He aprendido a no arrepentirme de nada, todo en la vida te deja una enseñanza”.
¿Qué puedes decirles a los jóvenes que quieren ser sacerdotes? “Es una opción de vida maravillosa. Claro está que hay que cargar la cruz. Se tiene la concepción que los sacerdotes están llenos de dinero, si esa es la motivación, es mejor no ser sacerdote”.
“Ser sacerdote es servir a los demás. Es tener la capacidad de hacer tuyo el sufrimiento del otro. En pocas palabras: Ser sacerdote, es ser instrumento de Dios para que otros encuentren el verdadero camino del bien y la salvación”.
Manuel espera que su hijo sea un gran ser humano, que pueda cualificarse como persona y profesional. Sabe que en la medida que crezca, aprenderá a asimilar su condición y anhela tener con él una excelente relación paterno- filial.
Se despide agradeciendo la oportunidad de confesar su historia y expresa que: “La vida es un gran camino, pero hay que ser valientes para asumir nuestras decisiones, eso nos hará realmente felices… Bendiciones en abundancia”.
(*) Identidad cambiada
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