El desorden, la contravía de la disciplina

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En la vida cotidiana, el desorden suele interpretarse como una cuestión estética o funcional. Es más, podría ser una ‘cultura’. Una habitación desorganizada, un escritorio caótico, una agenda sin estructura, y muchos otros detalles, son pruebas.

Sin embargo, más allá de lo visual, el desorden puede ser un reflejo profundo de la relación que una persona tiene con la disciplina, la voluntad y el autocontrol. En resumen, un ‘comportamiento con sello propio’.

Este artículo propone una lectura conceptual del desorden no como patología mental, sino como manifestación conductual, explorando sus raíces, la toma de decisiones y la coherencia entre intención y acción.

Analistas del tema, que pareciera ser trivial, sostienen que el desorden, entendido como la falta de estructura en los espacios, rutinas o hábitos, no siempre responde a una condición psicológica como el trastorno por déficit de atención o el trastorno obsesivo-compulsivo.

En muchos casos, es el resultado de una disciplina débil, una voluntad fragmentada o una falta de claridad en las prioridades. Al respecto, la psicóloga argentina Pilar Sordo, sostiene: “El orden externo es reflejo del orden interno, y viceversa. Cuando no sabemos qué queremos, todo se desordena”.

Desde la filosofía del comportamiento, el desorden puede entenderse como una forma de ‘procrastinación pasiva’; es decir, no se trata solo de posponer tareas de manera voluntarea, sino de evitar el compromiso con una estructura que exige constancia.

El filósofo alemán Peter Sloterdijk, en su obra ‘Has de cambiar tu vida’, plantea que la disciplina es una forma de ejercicio espiritual moderno, una práctica que requiere repetición, intención y resistencia al caos. En ese sentido, el desorden no es inocente, sino una renuncia silenciosa al esfuerzo sostenido.

El desorden conductual suele tener múltiples causas interrelacionadas, de acuerdo con los investigadores:

Falta de propósito claro: Cuando no hay metas definidas, las acciones pierden dirección. El orden requiere saber hacia dónde se va.

Débil gestión del tiempo: La incapacidad para priorizar tareas y distribuir el tiempo genera acumulación y caos.

Resistencia al autocontrol: El orden implica renunciar a impulsos inmediatos en favor de objetivos a largo plazo.

Ambientes permisivos: La cultura del multitasking (tareas simultáneas) y la hiperconectividad (estar en línea constante) favorecen la dispersión y la fragmentación.

Modelos familiares o sociales: El orden también se aprende por imitación. Si no hay referentes disciplinados, el desorden se normaliza.

El psicólogo estadounidense Jordan Peterson, en su libro ‘12 reglas para vivir’, dedica una regla completa al orden: “Arregla tu habitación antes de criticar el mundo”.

Para Peterson, el acto de ordenar el espacio propio es un gesto de responsabilidad existencial implica asumir que el caos comienza en lo íntimo y que el primer paso hacia el cambio es la organización personal.

Recomendaciones para dejar el desorden

Ser ordenado no es una condición innata, sino una práctica que se puede aprender, fortalecer y adaptar. Aquí algunas recomendaciones basadas en estudios de psicología conductual y filosofía práctica:

1. Establecer rituales diarios: El orden se construye con rutinas. Levantarse a la misma hora, revisar la agenda, organizar el espacio físico son actos que refuerzan la disciplina.

2. Aplicar la regla del “menos es más”: El minimalismo no es solo estético, es funcional. Menos objetos, menos compromisos, menos distracciones permiten mayor claridad.

3. Dividir tareas en bloques temporales: La técnica Pomodoro, por ejemplo, propone trabajar en bloques de 25 minutos con pausas breves. Esto reduce la dispersión y mejora el enfoque.

4. Visualizar metas concretas: Tener objetivos visibles (en papel, en apps, en pizarras) ayuda a mantener el rumbo y evitar la deriva.

5. Practicar el desapego material: Ordenar implica decidir qué conservar y qué soltar. El desorden muchas veces es acumulación sin sentido.

6. Revisar el entorno emocional: El desorden puede ser síntoma de conflictos internos no resueltos. Ordenar también implica sanar.

7. Celebrar los pequeños logros: Cada espacio ordenado, cada rutina cumplida, es un triunfo sobre la inercia. Reconocerlo refuerza la motivación.

Analistas aseguran que más allá de la eficiencia, el orden tiene una dimensión ética. Ordenar es respetar el tiempo propio y el de los demás, cuidar los espacios compartidos, facilitar la convivencia.

En contextos institucionales, el desorden puede generar ineficiencia, desgaste y conflictos. En lo personal, puede derivar en ansiedad, culpa o sensación de estancamiento.

El filósofo español José Antonio Marina sostiene que “la inteligencia se demuestra en la capacidad de ordenar el caos”. No se trata de ser obsesivo, sino de reconocer que el orden es una herramienta para vivir mejor, para pensar con claridad y para actuar con coherencia.

En conclusión, el desorden no es solo una cuestión de estética o comodidad. Es una señal de cómo nos relacionamos con nuestras decisiones, nuestros espacios y nuestros tiempos. Cultivar el orden como hábito no implica rigidez, sino compromiso con una vida más consciente, más coherente y libre.

En un mundo que tiende al ruido y la dispersión, ordenar es un acto de resistencia, una forma de cuidar lo esencial.

Álvaro Oviedo C

Periodista independiente, actual editor de sinrecato.com Profesional con más de 40 años de experiencia en medios de comunicaciones impresos y digitales, relaciones públicas, radio y tv. Desde el 2018, cocreador de sinrecato.com, plataforma digital de expresión para romper tabués sobre la sexualidad, la vida en pareja, la formación de buenos ciudadanos y mejores familias, llamando las cosas por su nombre. Creador de la red informativa regional, sinrecatonoticias.

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