A propósito, no del Día Internacional de la Mujer, que ya fue conmemorado el pasado 8 de marzo, sino del presente mes en el que se prolongan los reconocimientos a ellas, encontré un escrito de la columnista de El Mundo de Medellín, Melissa Pérez Peláez, ‘Ser mujer en el Siglo XXI’, en el que aborda el espinoso tema del feminismo.
Aunque las reflexiones de Melissa fueron publicadas en febrero del 2019, les puedo asegurar que están ‘vivitas y coleando…’:
“Con temor a dejar de lado elementos esenciales en la definición del feminismo me atrevo a precisarlo de una manera talvez groseramente escueta y simplista, pero que me sirve para entender que no es una lucha únicamente de mujeres pertenecientes a países democráticos y que, por supuesto, no es una lucha únicamente de las mujeres sino también de los hombres: feminismo es un conjunto de ideologías y movimientos que tienen como fin último la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en todos los niveles de la vida (familiar, sentimental, laboral, académico, entre otros.), y se establece como contrapeso ante la dominación y la violencia de un género sobre otro; dominación y violencia que incluye, por supuesto, la asignación de roles sociales según el género.
No es cosa de hace una década eso del feminismo, pero es cierto que en los últimos años este movimiento ha sido convulsionado y ha mantenido un intenso debate en todos los espacios sociales, y ha ido permeando de una u otra manera, bien o mal, toda relación humana posible.
El feminismo tiene una historia larga que ha debatido y analizado las condiciones sociales que genera la desigualdad entre los hombres y mujeres; pero el feminismo ahora ha salido a las calles, ha tenido espacios importantísimos en los medios de comunicación, ha venido abriéndose paso en el ámbito jurídico y en las redes sociales. Ha salido a relucir en conversaciones de trabajo, de familia y de amigos.
Los debates sobre el feminismo han ido ocupando cada vez más un lugar privilegiado dentro de la academia (aunque a las mujeres todavía se nos mire con desconfianza dentro de este campo). Y en últimas, ha generado opiniones a favor y en contra del movimiento, y lo más importante, ha generado inquietudes sobre qué acciones, costumbres y discursos son la reproducción de un machismo dañino para todos.
Es cierto que ya podemos votar, trabajar, que nos podemos divorciar, que en algunos países se nos permite interrumpir de manera voluntaria y segura un embarazo, también es cierto que cada vez se hace más fuerte la campaña que anima a las mujeres a denunciar a su pareja por maltrato físico, o incluso, a ser independientes económicamente de nuestros padres, esposos o parejas.
Pero el discurso aún se mantiene y debe mantenerse en pie, cada vez más fuerte en sus cimientos y cada vez más respetuoso frente a las diferencias. Y si este continúa es porque el movimiento no debe estar sujeto a una condición histórica determinada, pues las discriminaciones que el género femenino ha sufrido a lo largo de la historia han variado en función de la conquista de derechos políticos y sociales, derechos que aún no están asegurados en todas las culturas.
Lo que hace que, según Pilar Aguilar, las principales reivindicaciones del movimiento hayan sido distintas según el momento histórico y cultural, y lo vayan a seguir siendo.
Ahora bien, no se puede caer en la peligrosa trampa de confundir el feminismo con un feminismo victimista y antihombres que desquicia y entorpece todo avance que pueda tener la lucha feminista por la igualdad y libertad de género.
Es cierto que a lo largo de la historia ha habido y sigue habiendo un abuso machista que no se puede negar, y que hacerlo sería una desfachatez impensable en pleno Siglo XXI, pero también es cierto que los juegos y abusos de poder son perpetrados tanto por hombres como por mujeres.
Ha sido una triste y contraproducente consecuencia de un movimiento que pretende la libertad de género el surgimiento de un extremismo que también abusa, que abusa del abuso machista, que entiende cada gesto y acto masculino como síntoma de su condición de abusador y que constantemente se entiende a sí mismo desde una posición de víctima.
El feminismo como movimiento que pretende la liberación de género debe negarse a asumir, frente a toda duda, una posición victimista y a renunciar a nuestra propia responsabilidad, a entender como abuso de género cada situación de la vida cotidiana, a enturbiar las relaciones entre iguales y a culpar a los hombres de todos nuestros males. El feminismo, como movimiento justo, no debe de utilizar el abuso o la agresión sexual como pretexto para fines personales.
Sin embargo, también se debe ser responsables, incluso, frente a aquellas posiciones extremistas e intentar separar una cosa de la otra. Por supuesto, en toda ideología o movimiento existen posiciones y entendimientos radicales que pueden llegar a desvirtuar al movimiento por su extremismo. Pero en ningún caso esto puede servir de excusa para generalizar, menospreciar, desvirtuar, invalidar y deformar el mensaje y los objetivos iniciales del feminismo, esto es, buscar la igualdad de géneros.
Ser mujer en el Siglo XXI implica una responsabilidad con nosotras mismas, con nuestro cuidado y por la lucha constante por la igualdad de géneros, responsabilidad que debería ser asumida por cada mujer de este siglo que ha sido testigo de la marginación, discriminación, abuso y violencia a la que la mujer ha sido sometida y a la que aún en muchos países incluso democráticos sigue siendo sometida. Pero también es responsabilidad de la mujer del Siglo XXI cuidar que, en efecto, haya una libertad y una igualdad entre los géneros, y que no abusemos de un discurso de reivindicación femenina que se opone frente al abuso machista”.
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