Echando un vistazo a temáticas que abordan expertos en sexualidad se encuentra uno con cosas interesantes que vale la pena compartir porque educan, entretienen y se convierten en insumos para debates con sustento dentro de las normas del respeto.
Por ejemplo, la columnista de El Tiempo, Esther Balac hace una fuerte crítica al morbo desenfrenado en las redes sociales; mientras que Mauricio Rubio, quien escribe en El Espectador y tiene su propio blog, cuenta un hecho histórico relacionado con el querer de las indígenas por el hombre blanco.
“No es tiempo para risas, dobles sentidos y menos para poner el sexo en espacios sumergidos en el mal gusto. Me refiero a la desproporcionada cantidad de imágenes, memes y videos que circulan en las redes, en esta época de confinamiento que pretende, equivocadamente, exprimir sonrisas o simplemente pasar el tiempo”, escribe Balac, en su columna del 11 abril pasado, que tituló ‘Morbo del encierro’.
Seguidamente sostiene que ninguna razón justifica este tipo de desbordes, así sean motivados por el tedio y la desocupación, condicionados por el encierro obligatorio.
“Aclaro que no cuestiono, para nada, las visitas a páginas porno, la interacción por cámara web o, incluso, el intercambio personal de videos o conversaciones eróticas, en razón a que estas pueden ser alternativas, así lo he dicho, para mantener la sexualidad activa, bajo el contexto de la autonomía personal. Frente a esto, no hay nada que discutir”, comenta.
Insisto, el sexo es una función tan orgánica como comer o respirar, y en ese terreno es que debe manejarse, con naturalidad, a tal punto que su dimensión emocional, social y cultural depende de cada individuo”.
“El llamado de atención va contra la reprobable acción de invadir el chat o el Twitter con degradantes contenidos sexuales, que van desde la mera insinuación hasta la muestra explícita, en un contexto muchas veces marcado por la tolerancia y el silencio de muchos receptores, lo que puede ser interpretado por sus autores como un acierto de su burda jocosidad”, remata.
Y al despedirse con un ¡Hasta luego!, deja antes una reflexión con ribetes de recomendación. “No se trata de mojigaterías, la idea es darle al sexo y aledaños la altura y el gusto debidos, más en tiempos en los que deslizarse bajo las sábanas es una de las mejores alternativas, en esta cuarentena”.
Desprecio y admiración
Por su parte, Mauricio Rubio, en ‘Conquista y selección sexual’ publicada el pasado 17 de junio en El Espectador, parte de un hecho que “aunque parezca insólito, por el maltrato y el desprecio español hacia ellos, ‘los indios veían en el conquistador a un dios’. Esta paradoja es aún más desconcertante para las mujeres, particularmente atraídas por los invasores”.
Luego cuenta, con base en registros históricos, que el 94 por ciento de los conquistadores que vinieron el Viejo Continente eran hombres, en su mayoría “delincuentes, pillos y pícaros”. “En una carta al Emperador, Hernán Cortés se quejaba porque ‘la mayoría de los españoles que han venido aquí son de baja calidad, violentos, viciosos’”.
Más adelante, Rubio reseña que funcionarios coloniales se quejaban permanentemente porque campesinos y artesanos al llegar a América se negaban a ejercer sus oficios, para vivir como si fuesen señores. “Tras 20 años de experiencia en México, un misionero franciscano anota que ‘nunca hacen otra cosa que demandar, y por mucho que les den nunca están contentos; a doquiera que están todo lo enconan y corrompen, hediondos como carne dañada, y no se aplican a hacer nada sino mandar; son zánganos que comen la miel que labran las pobres abejas”.
El columnista , después de ese recorrido va aterrizando en que los que vinieron al Nuevo Mundo, la “manada de cafres”, nunca habían visto un cuerpo femenino, “sin pesados ropajes ni siquiera en la pintura de la época, monotemática, obsesivamente religiosa”, sino que encontraron gente liberada, mujeres desinhibidas que tenían sexo lúdico y consideraban intrascendente la virginidad.
“Las mujeres aborígenes prefirieron a los españoles en parte por la intuición de que un hijo mestizo tendría mejores posibilidades en ese mundo de foráneos que, formateados con represión cristiana, reaccionaban impulsivamente ante los atributos físicos femeninos. Su actitud era poco modesta, todo lo contrario: prepotente y soberbia. Fungían de amos y señores. Además, como pareja preferían a sus coterráneas y después a las indígenas de tez más clara”, escribe el columnista.
Los conquistadores reaccionaban impulsivamente ante los atributos físicos femeninos.
También cuenta que poco después del descubrimiento, muchas mujeres aborígenes se decoloraban la piel para parecer blancas. “Un cronista anota que en La Española ‘como tienen envidia de ver a las mujeres hispanas, toman las raíces del guao y las asan muy bien… las convierten en pasta de ungüento (que) se untan en la cara y el pescuezo… Al cabo de nueve días quedan tan blancas que no las conocerían”.
Rubio se pregunta ¿Por qué a las mujeres nativas les gustaban esos hombres tan vagos, sucios, desagradables, prepotentes y violentos que venían de ultramar? y su repuesta la basa en la teoría darwinista de la selección sexual. “Nada más visceralmente atractivo para una mujer que un hombre inmune a una plaga que diezma a su grupo. Esta observación es tan universal que aplica a cualquier hembra, de cualquier especie. Las señales –fidedignas o engañosas- de buena salud son el principal criterio para el deseo de apareamiento, incluso por encima del acceso a recursos…”.
Finalmente, y a manera de conclusión, señala que una razón escueta para explicar la preferencia de algunas mujeres indígenas por la piel blanca al elegir el padre de sus hijos es que se trataba de una señal inconfundible de buena salud, de inmunidad a las epidemias que mataban al resto de la población.
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