Un alto porcentaje de personas asocian el placer con lo sexual, dentro de la escala que mide el conocimiento del término. Muchos olvidan lo placentero que resulta dormir a pierna suelta, comer al gusto, beberse un trago con moderación, bailar, leer un buen libro, practicar deporte, ver televisión, ir a cine, caminar o simplemente contemplar el mar o un paisaje, solo para mencionar varias actividades de la interminable lista.
Con esto de la pandemia del Covid-19 han quedado al descubierto virtudes y defectos de los seres humanos que bien analizados se convierten en lecciones que ayudan a enderezar el torcido camino. El factor más estudiado por expertos es el mental y lo que se pronostica no es satisfactorio, por lo que suenan la campana de la alerta temprana.
Existen síntomas, o trastornos, a los que poca importancia se les venía dando, quizás, producto de la indiferencia con que se miran o tratan muchas cosas. Sin dar más rodeos, psicólogos y psiquiatras han retomado uno de ellos ubicado en el umbral del suicidio que, a propósito, fue el tema de análisis en el país en la semana que concluyó el sábado, dejando serias recomendaciones preventivas.
Se trata de la anhedonia, la incapacidad en una persona de sentir placer. En términos coloquiales sería una especie de: “¡Todo me importa un carajo!”, desde echarse un polvo pasando por el largo listado que les enumeré al principio y que traen relax, alegría, nueva disposición para afrontar la vida, en fin, “bacanería”, como dirían mis paisanos los costeños caribeños.
Los expertos de lo que también es conocido como hipohedonia, y contrario al hedonismo (placeres a todo dar), según aportes hechos por el psicólogo y filósofo francés Théodule-Armand Ribot a principios del siglo pasado, arrojan luces de cómo se manifiesta el trastorno y sus maneras de enfrentarlo y desterrarlo de la fatalidad.
Ha sido clasificada así: “Social: Incapacidad para disfrutar del contacto social con otras personas, lo que conduce al aislamiento. Física: Incapacidad para disfrutar actividades que impliquen activar estímulos físicos, como las relaciones sexuales, la comida, el deporte…”, según señala en el portal Salud Canales Mapfre, de España, Cristina Agud, psicóloga sanitaria y psicoterapeuta en Teladoc Health.
Podría tener su origen desde el punto de vista fisiológico, “debido a una alteración en nuestro cerebro que impide que se genere la dopamina, que es una sustancia química causante de las sensaciones placenteras. En situaciones depresivas o de un gran estrés o ansiedad, el cerebro se bloquea y es incapaz de generar esta sustancia”, sostiene, por su parte, Trinidad Aparicio Pérez, psicóloga, especialista en infancia y adolescencia, en un artículo escrito para el portal Puleva con epicentro en Granada (España).
En el blog de psicología, desarrollo personal, neurociencias y bienestar, Microsismos, sobre la temática Manuel Ramos expone lo que podría ser el campanazo de alerta a partir del cambio en el comportamiento de la ingesta de alimentos, muy superior o inferior a la habitual.c“Se deja de comer por inapetencia o desinterés o bien se ingiere demasiado alimento para calmar la ansiedad. Todo ello se traduce en pérdida o ganancia significativa de peso en un plazo de tiempo más o menos breve”, señala.
También se refiere a las alteraciones en los ciclos de sueño y vigilia. “Se padecen episodios de insomnio que se alternan también con otros de excesiva somnolencia. Frecuentemente, se llega a las horas de la mañana con la sensación de no haber descansado satisfactoriamente. Sensación de debilidad o ‘falta de energía’: se experimenta a menudo la sensación subjetiva de estar siempre cansado, con falta de fuerzas para afrontar cualquier actividad física sencilla, como caminar, ir a hacer la compra o simplemente levantarse de la cama”.
Otras situaciones son los pensamientos y expresiones autodepreciativas de forma recurrente. “El individuo se siente ‘inútil’ y con falta de autoconfianza para acometer acciones que antes ejecutaba con facilidad”; la muerte y enfermedad: “en un buen número de ocasiones aparecen pensamientos repetitivos relacionados con la muerte y con la enfermedad”; y el desinterés: “se evita buena parte de las situaciones o actividades que antes resultaban atractivas y se percibían como fuentes de gratificación o satisfacción”.
¿Cómo tratar la anhedonia? La psicóloga Trinidad Aparicio Pérez, quien la considera un síntoma y no trastorno, asegura que no se puede tratar directamente, “lo que se ha de tratar es el trastorno que ha originado a ese síntoma”.
Previamente, advierte un diagnóstico para establecer la causa y a partir de allí empezar el trabajo. “Cuando la causa es una depresión, habrá que hacer un tratamiento específico para dicha enfermedad y sólo cuando esta mejore, la anhedonia empezará a remitir y el paciente volverá a tener ilusión y ganas de disfrutar”.
Pérez concluye en que lo mismo se puede aplicar a cualquier otra causa, “si el origen es la esquizofrenia o la drogadicción, habrá que hacer un tratamiento específico para cada caso y será cuando mejore el trastorno, cuando la anhedonia vaya remitiendo”.
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