Una sola bala en el proveedor, miro al horizonte y veo a los enemigos acercarse. En este justo instante, recuerdos vienen a mi mente, un lindo atardecer donde la mano de un ángel acaricia mi rostro con tal delicadeza como una abeja aterrizando en la flor. Ella es única, sus manos suaves y pequeñas son la brisa del viento a mi favor.
Ahhhhh!!! Un suspiro sale de mi cuerpo tendido contra un muro, herido y sediento. Mi hija Gabriela. Lo digo en voz baja. Una pequeña sonrisa sale de mí. Cada vez están más cerca, llamo refuerzos y no hay señal, algo debe estar pasando. Mis manos ensangrentadas y cubiertas de arena hacen referencia al largo camino, a las botas se les ve las platinas en la punta. En ese momento una mosca aterriza en mi arma y regreso a la realidad.
Una bala en el proveedor. ¡¡Que le dirán a mi ángel!! Tu padre fue asesinado por los enemigos, fue débil. Me lleno de coraje, cargo esa única bala que tengo, acomodo mi espalda contra el muro, estoy nervioso, ya me vieron y corren hacia mí, sus gritos y risas al verme tendido y débil se hacen más fuertes, una lágrima de desespero corre por mi mejilla y cae en la arena, empuño con fuerza mi arma, mi corazón late fuerte y mis sentidos se agudizan.
Los escucho por todas partes. Siento un golpe en el pecho, se me va el aire, ¡¡¡me dieron!!! Mi sangre adorna el frío paisaje del desierto con su color rojo brillante. Cierro mis ojos y de nuevo estoy al lado de mi ángel para siempre, mi único lugar.
Poeta invitado: David Zea Botero
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