La tarde llega cargada
de evocaciones envueltas en guisantes
en la fresca memoria de mis días.
La casa es la suma de íntimos olores,
la sala siempre guarda en los muebles
el perfume silencioso de la noche
y a mar en constantes olas taciturnas.
El baño es una mezcla de fragancias cítricas,
se respira frescura en él.
En el patio la ropa recién lavada sobre los tenderetes,
se impregna de un sutil aroma a flores del campo.
La habitación huele a secretos y recuerdos,
a chispas de vainilla y a historias de amores serenos;
aún la calle, guarda ínfimos olores
de mi paso cotidiano por ella.
La cocina en cambio, concentra aromas sensitivos
a la humeante potencia de todos los sentidos,
siempre huele a pétalos entrañables
de amores recién cortados, dorados en la sartén
y espolvoreados con azúcar hasta escarcharlos.
La casa se hace armoniosa, íntima y cálida,
la casa también es cocina, arte, creación y deleite,
de ella emanan evocaciones envueltas
en guisantes e íntimos aromas.
Pero la casa también tiene grietas
por donde entra la dolorosa esencia de la ausencia;
algunos agujeros en el techo,
me enlaguna de imágenes lluviosas
y olorosas de versos como éstos.
La casa conmovida por mis pasos meditabundos,
abre cada barrote de sus mutismos
y deja cantar a las persianas como grillos y ranas
intentando difuminar por instantes
la presencia ida de Camila, mi amada hija.
Hoy habito donde ella se alojó en mí
y recorro cada espacio esculpido con su perfume.
La partitura de las horas, la sinfonía sobre la sartén
y la profusión de olores en toda la casa,
sólo han logrado prenderme más
a su bello recuerdo.
Poeta invitada: Dina Luz Pardo Olaya
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