En una sociedad que glorifica la productividad y mide el éxito en horas trabajadas, el ocio suele ser visto con sospecha. ¿Es una pérdida de tiempo? ¿Un lujo reservado para unos pocos? ¿O, por el contrario, una necesidad vital para la salud física y mental?
A continuación, les expongo el papel del ocio en la vida contemporánea, sus beneficios y riesgos, y cómo puede convertirse en una herramienta poderosa para el bienestar integral, con base en investigadores del tema.

Históricamente, el ocio ha sido asociado con la pereza o la improductividad. En culturas marcadas por el trabajo como valor moral, como la protestante, el tiempo libre se ha interpretado como una amenaza al orden, al progreso y a la disciplina.
En el mundo moderno, este prejuicio persiste: el ocio se tolera, pero se vigila. Se le exige utilidad, propósito, rendimiento. Sin embargo, esta visión empieza a resquebrajarse.
La Organización Mundial de la Salud, OMS, ha advertido que el estrés crónico, la ansiedad y el agotamiento son epidemias silenciosas que afectan a millones de personas. En este contexto, el ocio emerge como un antídoto necesario, no como un capricho.
La psicóloga colombiana Lina María Ríos, especialista en salud mental comunitaria, explica que “el ocio no es simplemente no hacer nada. Es un espacio de libertad donde el individuo puede reconectar consigo mismo, explorar intereses, descansar sin culpa y recuperar energía emocional. El problema no es el ocio, sino cómo lo entendemos y gestionamos”.
Ríos distingue entre ocio pasivo, como ver televisión sin atención o navegar sin rumbo en redes sociales, y ocio activo, que implica participación, creatividad o conexión social.
“El ocio activo tiene efectos positivos comprobados en la salud mental: reduce el cortisol, mejora el estado de ánimo y fortalece la autoestima”, afirma la psicóloga.
Desde el punto de vista físico, el ocio cumple funciones reparadoras. El médico deportólogo Juan Carlos Mejía señala que “el descanso no es solo dormir. Actividades como caminar sin prisa, practicar yoga, leer por placer o compartir con amigos permiten que el cuerpo se recupere del desgaste cotidiano. El ocio bien aprovechado mejora la calidad del sueño, regula la presión arterial y disminuye el riesgo de enfermedades cardiovasculares”.
Mejía advierte, sin embargo, que el ocio sedentario y prolongado, como pasar horas frente a pantallas sin movimiento, puede tener efectos adversos.
“El equilibrio es clave. El ocio debe ser variado, estimulante y compatible con hábitos saludables”, concluye.
Otro aspecto relevante es el vínculo entre ocio y creatividad. El filósofo español José Antonio Marina ha sostenido que “la imaginación necesita tiempo libre para florecer. Las grandes ideas no nacen en medio del apuro, sino en momentos de pausa, de divagación, de juego mental”.
Esta tesis es respaldada por estudios en neurociencia que muestran cómo el cerebro activa redes distintas cuando no está enfocado en tareas concretas.
El llamado “modo difuso” permite conexiones inesperadas, asociaciones libres y soluciones innovadoras. En otras palabras, el ocio no solo relaja: también inspira.
¿Cómo manejar el ocio?
La clave está en la planificación consciente. La terapeuta ocupacional barranquillera Andrea Polo recomienda “diseñar rutinas que incluyan espacios de ocio como parte del autocuidado. No se trata de llenar cada minuto libre con actividades, sino de elegir aquellas que realmente nutren. El ocio debe ser personalizado, flexible y libre de culpa”.
Polo trabaja con jóvenes en procesos de rehabilitación psicosocial y ha observado que “cuando el ocio se convierte en una herramienta de expresión, identidad y vínculo, los avances terapéuticos son más rápidos y sostenibles”.
No obstante, el acceso al ocio no es igual para todos. En territorios con altos índices de pobreza, inseguridad o precariedad laboral, el tiempo libre puede ser escaso o estar condicionado por factores externos.

En palabras del sociólogo argentino Pablo Semán, “el ocio también es un derecho. Democratizar el acceso a espacios seguros, culturales y recreativos es parte de la justicia social”.
En el Caribe colombiano, iniciativas como los parques culturales, las bibliotecas comunitarias y los festivales barriales han demostrado que el ocio puede ser motor de inclusión, resiliencia y construcción de ciudadanía.
En conclusión, el ocio no es bueno ni malo en sí mismo. Su valor depende del contexto, del uso que se le dé y de la actitud con que se lo viva.
En tiempos de aceleración, ansiedad y fatiga colectiva, recuperar el sentido del ocio como espacio legítimo de descanso, exploración y vínculo es una tarea urgente.
Más que un lujo, el ocio es una necesidad. Más que una pausa, es una oportunidad. Y más que una evasión, puede ser una forma profunda de encuentro con uno mismo y con los demás.