Casi tres años antes de que la afamada actriz caleña, Margarita Rosa de Francisco, confesara que fue víctima de abuso sexual, siendo niña, el también reconocido columnista del diario capitalino El Tiempo, el periodista barranquillero Adolfo Zableh Durán hizo lo propio.
Confesó que entre los traumas presentados, después de los cinco años de haber sido abusado, le quedó la tartamudez. En su momento de revelación, enero 16 del 2016, Zableh fue tendencia viral en la redes sociales.
#sinrecato retoma ese relato al considerarlo como testimonio de advertencia para que en el seno de las familias sigan estando más pendientes de los menores de edad.
‘De eso no se habla’
“Vengo de ver Spotlight, la película nominada al Óscar que cuenta la historia del grupo investigativo de The Boston Globe que destapó el escándalo de los curas pedófilos en la ciudad. Sale uno nuevamente enamorado del periodismo, del que alguna vez se aburrió.
Dan ganas devolverse a emplear en un medio y buscar historias, entrevistar gente, escribir crónicas, discutir en los consejos de redacción. De cambiar al mundo desde lo pequeño. Luego se acuerda de que esto es Colombia, de que los sueldos son malos; los horarios, largos, y de que a cualquiera lo matan por meterse con quien no debe.
Somos el segundo país del continente con más periodistas muertos entre el 2000 y hoy: casi 150. Nos gana México. Pero no solo por eso me conmovió la película. No es fácil decirlo, pero de mí abusaron cuando tenía 5 años y eso ha marcado mi vida.
De entrada, es el origen de mi tartamudeo, y el tartamudeo no es otra cosa que miedo. A la gente, a la vida, a mí mismo. Queda roto quien es víctima de abuso.
Desde pesadillas y depresión hasta consumo de drogas y deseos de suicidarse, pasando por un menú que incluye adicción o rechazo al sexo, desórdenes alimentarios, ansiedad e incapacidad de relacionarse. A mí no me ha ido tan mal, me tocó tartamudear y otro par de cositas.
La sorprendente confesión de Margarita Rosa
Eso, y la eterna angustia que no se va. El hueco en el estómago, la sensación de que algo está mal y no saber qué es. Con ese agujero, con el que dan ganas de llorar y salir corriendo, vive la mitad del mundo y lo ignora. De eso no se habla, pero es más común que las monedas de cien.
Una estadística dice que ocho de cada diez personas han sufrido algún tipo de abuso sexual. Es como si existiera un acuerdo tácito entre abusador, víctima y los que están alrededor. Al primero no le conviene que se sepa, el segundo carga con la culpa y la vergüenza, y los allegados prefieren no esculcar o manejar el tema con bajo perfil, a ver si el tiempo y el olvido hacen lo suyo. Pero casi nunca lo hacen.
Los niños de entre 10 y 14 años son los más apetecidos, el hecho ocurre muchas veces en la casa de la víctima –una especie de violación a domicilio–, y el abusador suele ser alguien cercano, un familiar o un amigo.
Hay mucha gente rota jugando a estar bien, quizá por eso el mundo está hecho mierda. Aunque pretendemos que solo el coito hombre-mujer es aceptable, lo cierto es que el sexo nos encanta, con todas sus parafilias.
Hace poco sacaron un documental en el que 150 religiosos practicaban cibersexo, varios de ellos en el Vaticano; la Policía Nacional sonó por la red de prostitución llamada la ‘comunidad del anillo’; en las familias ‘bien’ hay tantos abusos como en los estratos bajos, y los colegios están llenos de juegos sexuales entre alumnos, pero en todos los casos es más importante posar para la foto que reconocer el problema.
Cuando las cosas se venden como excesivamente pulcras y correctas, es porque algo anda mal. El tartamudeo me resultó cómodo durante mucho tiempo. Y aunque me han atacado por no poder hablar de corrido, me gusta saber que no tienen mucho más de dónde agarrarse.
Mientras los animales, las mujeres, los niños y las minorías étnicas tienen sus defensores, a nosotros (James Rodríguez y Juan Manuel Santos incluidos) nadie nos cobija. Aprovechen, antes de que agredirnos dé cárcel. Gaguear me sirvió para que por mí sintieran lástima y compasión, y así evadir responsabilidades, incluso para que mi madre dejara de pegarme, pero la verdad es que estoy cansado, ya no me sirve.
Si en algún momento fue útil, ahora me frena. El niño tartamudeaba, yo seré un hombre el día que lo supere. Cada palabra que digo, cada cosa que hago, cada tuit, cada columna es un grito de auxilio, una nueva oportunidad de liberarme. Esta no es la excepción.
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