Nada más oportuno que el mes de septiembre para meternos en el tema del amor y la amistad y dejar a un lado, por el momento, tanta truculencia informativa.
Por eso quiero cederle mi espacio habitual, esta vez, al profesor de la Universidad del Atlántico, Álvaro Lastra Jiménez para que nos comparta su reflexión:
“El amor es un atributo “divino” presente en el alma humana, que, por ser de una naturaleza superior, le da un mayor valor a la persona, la eleva a una dignidad más alta, la convierte en hija (o) de Dios.
Es una chispa divina en el corazón humano que se expresa a través de un sentimiento que lo hacemos propio, bien sea a otra persona que puede ser la mamá, el papá, los hermanos, los amigos, o a otra persona de sexo contrario, o bien sea al mismo Dios en acto de correspondencia. Ese sentimiento produce felicidad porque sentimos tocar el Cielo con las manos.
Pero si el amor carece de esta dimensión trascendente el sentimiento que se expresa es solamente humano y al primer sofoco se puede apagar.
Por esto, el amor de verdad tiene herramientas para perdurar, tales como la comprensión, el perdón, la paciencia, el servicio, la generosidad, el compromiso, etc., pues no es solo ilusión, o pasión, o conveniencia, ya que puede pasar a través del sufrimiento como los ríos pasan a través de las montañas.
Y quien ama de verdad le coloca la impronta “divina” a todo lo que toca, al trabajo, a la familia, a la vida social, etc.
De ahí la importancia de elegir un amor de la misma calidad. Y esto no se encuentra en el “flechazo” sino en el conocimiento, que surge del trato a otra persona (por supuesto, sobre la base de la atracción física y de la simpatía), para poder identificar qué clase de amor es el que se está en condiciones de ofrecer.
La vara de la felicidad está muy alta; solo un amor de calidad la puede alcanzar”.
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