Quisiera odiarte… pero eso no lo aprendí, entonces no tengo la forma de enseñarte.
No sabía cuánto me podías lastimar, no sé quién te dio permiso para hacerme llorar. No le tenía miedo a nada, mi escudo era mi fe y la alegría mi espada.
Eres mío, sin embargo, con cualquiera te vas, cual perro sin cariño que corre detrás de un espejismo, engañado como a un niño con la golosina venenosa que le
ofrece la mano del amo a quien se entrega ciego de amor sin sospechar que ésa será la misma que te habrá de matar.
Mi armadura impenetrable forjada con el acero de la decepción, ni Vulcano el herrero, ha podido arreglar el roto donde queda tu ubicación. Así desnudo resistes al desprecio, la indiferencia y a toda enfermedad, pero te vuelves dulce miel y derrites hasta con la sonrisa que el mismo Satanás te da.
De la muerte me he burlado, de ella muchas veces he escapado, pero tú en vez de endurecer mi coraza, sólo la has debilitado. De nada me ha servido que seas tan bueno si todos te ven sonriente y regalado, haces que abra mis bolsillos y mis brazos, por eso nadie te cree ajeno.
Te maltratan, se burlan de ti, te humillan, te traicionan, sigues como si nada con el mismo candor, fácilmente perdonas y a nadie guardas rencor. Aun sangrando por tus heridas, te deslumbran con una mirada, así hechizado lo dejas todo a un lado y te lanzas sobre la nueva cuchillada.
A pesar de ser inofensivo, eres agresivo, adorable pero indomable, a las demás alegras el vivir y a mí solo me haces sufrir. He tratado de dominarte, pero depongo mis fuerzas ante ti, es una guerra que perdí pues me he dado cuenta de que eres tú quien me controlas a mí.
Poeta invitado: José Gregorio Hoyos Muñoz.
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