En un parque con columpios y una vieja rueda-rueda, me senté a ver pasar la tarde. Sobre la copa de un árbol, un pájaro cantaba, daba saltos entre ramas, como si jugara con el sol. Un niño alzó la vista y a su madre preguntó: ¿Por qué canta ese pájaro?
La madre, sin respuesta, buscó a un lado la salida, se encontró con mi mirada y no sé por qué pensó que la luz a su pregunta estaría en mi mochila.
¿Por qué canta ese pájaro? Hijo mío, mi padre que sí lo sabe, corrió a tu edad por los Montes de María, siguió las huellas del tigre y del conejo, cruzó ríos agarrado a la cola de un caballo, arrancó yuca de la tierra, supo los nombres de las plantas junto a mi abuelo José María. En el mundo natural, él era su faro.
A él, mi padre preguntaba:
¿Por qué come el bocachico de espaldas al sol?
¿Por qué la siembra es más fértil cuando hay luna nueva?
¿Por qué la siembra es más fértil cuando hay luna nueva?
Hijo mío, si tú supieras que cuando el carrao cantaba los del Sinú se aprestaban a pescar en la subienda, luego el río se secaba y salían de nuevo los cantos de los pájaros, acompañando al campesino a disfrutar de la cosecha.
No me preguntes por qué canta, ya quisiera saber yo lo que es naturaleza. De la sabiduría real me queda este poema, guarda tú ese canto, aunque no sepamos la respuesta.
Poeta invitado: Jorge Mario Sarmiento Figueroa
Ilustración principal: Turcios
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