Hay comportamientos en los adultos que vienen desde la infancia y ese es el tema que les comparte nuestro invitado mensual, el psicólogo y sexólogo José Manuel González (*):
“Nuestra infancia es tan importante que las experiencias vividas en ella determinan nuestra calidad de vida cuando somos adultos. La psicología nos señala varias heridas emocionales de la infancia que dejan huella en la edad adulta. Conocerlas es fundamental para poder sanarlas y evitar que las sufran nuestros hijos.
Miedo al abandono
Para quienes han experimentado abandono en su infancia, la soledad es su mayor enemigo. La falta de afecto, protección y cuidado les marcó tanto que se encuentran en constante vigilancia para no ser abandonados y sienten un temor extremo a quedarse solos.
Estas personas muestran esa carencia en sus relaciones personales y afectivas. En muchas ocasiones sufrirán dependencia emocional e incluso tolerarán lo intolerable con tal de no quedarse solas. Es común en los casos de violencia intrafamiliar.
Miedo al rechazo
El miedo al rechazo es una de las heridas más profundas porque implica el rechazo hacia nuestros pensamientos, sentimientos y vivencias, el rechazo a nuestro amor e incluso a nuestra propia persona. Tiene su origen en experiencias de no aceptación por parte de los padres, familiares cercanos o iguales a medida que se va creciendo.
Cuando una persona en su infancia recibe señales de rechazo crece en su interior la semilla del autodesprecio. Piensa que no es digno de amar ni de ser amado y va interiorizando este sentimiento interpretando todo lo que le sucede a través del filtro de su herida.
Herida de la humillación
La herida de la humillación se abre cuando en la infancia la persona siente la crítica, afectando esto directamente a su autoestima. Sobre todo, cuando la ridiculizan.
Dichas personas en su infancia construyen una personalidad dependiente. Están dispuestas a hacer cualquier cosa por sentirse útiles y válidas, lo cual contribuye a alimentar más su herida, ya que su propio autorreconocimiento depende de la imagen que tienen los demás.
Herida de la traición o el miedo a confiar
Surge cuando la persona en su infancia se ha sentido traicionada por alguno de sus padres, que no ha cumplido una promesa. Esta situación, sobre todo si es repetitiva, generará sentimientos de aislamiento y desconfianza.
En ocasiones, dichas emociones pueden transformarse en rencor (cuando se siente engañado por no haber recibido lo prometido) o en envidia (cuando la persona no se siente merecedor de lo prometido y otras personas sí lo tienen).
Esta herida emocional construye una personalidad fuerte, posesiva, desconfiada y controladora. Predomina en la persona la necesidad de control para no sentirse estafado.
Son personas que dan mucha importancia a la fidelidad y a la lealtad, pero que suelen distorsionar ambos conceptos. Son posesivas en extremo, al punto de no respetar la libertad, el espacio ni los límites de los demás, no dejándoles a veces respirar.
(*) Columna tomada del periódico El Heraldo de Barranquilla.
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