En algún momento ella dijo que la mañana había sido tranquila, pero en la tarde los afanes de su labor se intensificaron. Pensaba en él cada instante y le solicitó que le enviara nuevamente esa canción de Gardel que tanto les gustaba y les hacía recordar su pasado.
Los días, semanas y meses pasaban entre encuentros llenos de amor y pasión, los saludos diarios y coincidencias en línea eran, si se quiere pensar: constantes y acalorados, mensajes de alto magnetismo iban en sendas direcciones al capricho del día, de la noche o el amanecer.
Infinidad de imágenes y frases llenas de fulgurante erotismo constantemente invitaban al deseo de estar con el otro a pesar de la distancia, besarse en los labios con el pensamiento y hacer el amor con ingenio desde la distancia era la gran locura que mantenía encendida la llama de la pasión y el encanto, dulces y feroces sentimientos se estaban acoplando con el transcurrir de los días.
Ella volvió a escribir que el hecho de despertar en la mañana y ver unos besos enviados antes del amanecer, le despertaban también el deseo de tenerlos físicamente. Eran estos momentos dignos para seguir atesorando el recuerdo de los labios de él besando su cuerpo. Constantemente se enviaban besos virtuales que les durara hasta que se vieran nuevamente y pudieran entonces hacer efectivos esos besos.
Él siempre estaba acariciándola en su pensamiento, con sus manos, con sus ojos, con sus brazos y con todo su cuerpo si era necesario, ella por su parte lo acariciaba con sus letras y sus pensamientos.
Ella le escribía con tal dulzura que a él lo cautivaba cada día más, al sentir ese grato despertar con ella grabada en su mente. Definitivamente él era esa alegría suya y ella era su dulce amanecer; ese hermoso amanecer que ella avivaba con su mente creativa embelesada en su recuerdo. Cuando la lluvia caía, sentían ese embriagante sonido indudablemente acogedor que los invitaba a permanecer en su lecho, pero el deber los llamaba y debían continuar en medio del día y sus afanes.
Lo que una vez fluía en diálogo apasionado entre la picardía y el amor, al tiempo se convirtió en un monólogo que esperaba respuestas que nunca se darían, si acaso tardías o simples monosílabos y símbolos que ya el receptor de tales líneas adivinaba: predecible y patético.
En eso se convirtió aquel que una vez sucumbía ante líneas cargadas de erotismo y sentimiento. Hoy, todo está dicho y ya no es necesario esperar más para saber que al final ese diálogo se transformó en monólogo de indiferencia que mata más que un arma letal.
… Y el silencio fue la gota que colmó el vaso del desdén que lentamente apagó esa llama de pasión que alguna vez sentían; sin embargo, el día menos pensado ella, finalmente, verá el sol nuevamente brillar en su máximo esplendor y así olvidará y reirá, porque de amor nadie muere.
Tania Castro
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