De vez en cuando es bueno echarle una mirada a lo que se escribe sobre enigmáticos personajes. Esta vez tropecé con un reciente registro de la periodista estadounidense, Clémence Michallon, publicado en el portal web Independent en Español, bajo un título similar a un anzuelo ‘Opinión: ‘Secrets of Playboy’ revela la crueldad casual de Hugh Hefner con espeluznante detalle’.
No quiero pasar por mojigato y confieso que siendo más muchacho leí la famosa revista ‘Playboy’ cada vez que un amigo, asiduo comprador, me prestaba el fresco ejemplar de turno y como para ufanarse decía: ¿Cómo te parece…?, refiriéndose a la despampanante (sí, ¡despampanante! y sobre todo rubias, no recuerdo haber visto una maluca colada) chica cuerpo de Afrodita de la portada, cuasidesnuda pues escasamente se tapaba sus senos con estrellitas, el nalgatorio se lo adornaba con una mota de seda y culminaba el vestuario con una vincha en su cabeza de la que dependían dos puntiagudas orejas de coneja.
Eso fue hacia finales de los 70 y en la década de los 80, cuando poco se le paraba bolas a lo que hacía o dejaba de hacer el dueño de la publicación, Hugh Hefner, quien desde 1953 comenzó a engordar un millonario imperio en el mundo del entretenimiento, Play Enterprises, en el que incluyó una larga lista de escándalos que antes que opacar disparaba la popularidad del flacuchento tipo, pero con sus bolsillos llenos de dólares.
Como a estos imperios les surgen competencias arrasadoras, sus herederos u oportunistas han recurrido a la alternativa de reinventarse para sostenerse. Eso es lo que creo que está pasado con Playboy, sobre todo después de la muerte de su creador en 2017, cuando ajustó 91 años, al generar una serie de 10 documentales para plataformas digitales y canales privados de televisión, con igual título anzuelo, ‘Secret of Playboy’.
La periodista Michallon se detuvo en el séptimo episodio que recoge revelaciones de Miki García, una explaymate y exjefa de promociones de la marca, y a partir de ella cuenta lo que pasaba en el interior de las cuatro paredes de la mansión de Hefner, el símbolo del imperio. He aquí unos apartes del trabajo.
“Recuerda a una mujer no identificada que pensó que “cerraría la brecha (dentro de Playboy) en la industria del modelaje”. “Se volvió adicta a la cocaína”, dice García, citada por la periodista.
“Estaba tan delgada que parecía que podía morir en cualquier momento. Sus dientes eran grises. Ella necesitaba ayuda. Y no quería que la descartaran”. Entre sollozos continúa: “Quería salvarla. Valía la pena salvarla”. Pero García recuerda que le dijeron: “No debes ir a darle comida. No vas a pagarle el alquiler. Ella se metió en ese lío y Hefner no quiere que nadie lidie eso”. Su voz se vuelve aguda cuando agrega indignada: “¿Puedes imaginar eso? ¿Después de todo el dinero que ganó con esa chica? Ni siquiera quería darle de comer. Qué vergüenza ese hijo de p****”.
Cuando se le preguntó qué hizo, García le dice a un entrevistador: “Lo hice (darle de comer). Lo hice de todos modos. García cuenta que eventualmente le “rogó” a la mujer que se fuera a su casa, lo cual hizo, y que a García “casi la despiden varias veces por hacer lo que hizo”.
Esta está lejos de ser la acusación más escandalosa contra Hefner en los 10 episodios de ‘Secrets of Playboy’. Ni siquiera es la más impactante, o la más sórdida. Pero es revelador de la cultura que se nos dice que creó como fundador de la revista: una cultura, según afirman varios participantes, marcada por el uso desenfrenado de drogas, la agresión sexual y el control.
He visto la serie en su totalidad (actualmente se transmite semanalmente en A&E). El testimonio de García es al que sigo volviendo. Hay algo tan casual en la crueldad que describe. Se nos dice que la cultura que Hefner creó es una que convirtió la decencia común en un acto de resistencia y la bondad en un fracaso moral que podría costarte tu trabajo.
‘Secrets of Playboy’ puede ser difícil de ver. Las acusaciones se acumulan, desde relatos de violación y agresión sexual hasta reclamos de bestialidad. La mansión de Playboy, se alega, era un lugar de vigilancia, con “cámaras por todas partes”. Hefner una vez se refirió a los Qaaludes (un sedante) como “abridores de muslos”, dice su ex “novia principal”, Holly Madison.
Playboy, se nos recuerda, entró en conflicto con las feministas de la segunda ola que se oponían a lo que consideraban la cosificación de las mujeres por parte de la revista. En lo personal, no creo que la pornografía o el trabajo sexual sean inherentemente explotadores. Estoy de acuerdo con la Campaña de Derechos Humanos en que “criminalizar el sexo adulto, voluntario y consensuado, incluido el intercambio comercial de servicios sexuales, es incompatible con el derecho humano a la autonomía personal y la privacidad”.
Tiene que haber una manera de criticar a Hefner y la cultura que se nos dice que creó sin culpar a la pornografía o a las ocupaciones adyacentes al trabajo sexual. La pornografía no era el problema. La erótica no era el problema. La idea de la liberación sexual no era el problema.
La forma en que Hefner eligió hacer esas cosas fue el problema. Tengo que imaginar que era posible publicar una revista sin vivir con las modelos en ella. El hecho de que él eligiera hacer esas cosas cuando no tenía que haberlas hecho fue una gran señal de alarma que ignoramos colectivamente porque Hefner nos dijo que era algo genial.
No son solo las modelos. Algunas participantes que tenían trabajos en Playboy cuentan que se sintieron seducidas por la idea de trabajar para la empresa, de tener la oportunidad de ascender en la escala corporativa. En los años sesenta y setenta, esta perspectiva debe haber tenido una influencia bastante poderosa.
Playboy encontró su máximo impulso a principios de los setenta, una época de misoginia rampante e institucionalizada. La circulación de la revista alcanzó su punto máximo en 1971, cuando su tasa base (la circulación que una publicación garantiza a los anunciantes) alcanzó los siete millones. El número más vendido salió en noviembre de 1972, cuando vendió 7,16 millones de copias.
Hefner murió en 2017. Algunas de las acusaciones en su contra surgieron cuando aún estaba vivo, pero nunca se llegó a un verdadero ajuste de cuentas. Ahora, es importante reconocer su responsabilidad personal. Pero él es un ejemplo de un problema mayor. Evolucionó en un sistema que lo permitió una y otra vez: al crear una capa de protección a su alrededor, al hacer que las mujeres sintieran que no les creerían si se presentaban en su contra y al permitirle convertir las fantasías en pesadillas de la vida real”, destaca Clémence Michallon.
No Comments