En la torre del castillo vive una indomable princesa sin corona y un rey sin trono; atados a un afecto sin precedentes. No hay batallas ni contiendas, pero hay silencios que se mezclan en sigilosa agonía. Su defensa es la torre sin vigía que no ataca al enemigo.
Hay contradicción entre la libertad y el querer estar libremente atado a alguien, así sin más y sin razones. La princesa a gusto estaba resguardada en el castillo. -Que locura es esta- gritaba a los cuatro vientos, aunque el rey la liberara con sus actos, pero en su mente la retenía y ella era atraída por regresar a su encuentro.
-¿Para qué querrás emanciparte?- cuestionaba con ternura el rey a su hermosa princesa, quien jovialmente le declaraba que estaba cautiva con grilletes, cepo y tabla de tortura; las había puesto imaginariamente en su cuerpo para que no volviera a escapar, lo que no sabía la princesa era que su rey no había asegurado ninguno de estos instrumentos; el grillete no tenía perno, el cepo no tenía manivela y la tabla de potro carecía de torno; para qué los quería si igual ya estaban atados a los grilletes de sus mentes. – ¿Para qué cepo o tabla? – si no hay tortura cuando se ama en libertad.
La princesa al fin liberó el grillete en la mente del rey, el cepo lo convirtió en sujetador de revistas y en la tabla de potro plácidamente hacía el amor con su rey. En realidad, nunca hubo cadenas. La princesa liberada siempre era un encanto, pero cuando el rey sus artes amorosas relucía la princesa salvaje se volvía. -La clave la tengo yo-, el rey siempre le decía.
– ¿En serio no pretendes liberarme? – La princesa repetía.
-Si por mi fuera no te dejaría, te liberaré solo si tú me lo pides, solo tú puedes decir: “Entrégame las llaves para escapar de tu dulce encanto”.
-Déjame tenerte siempre a mi lado- en el lecho el rey siempre le imploraba.
Sin embargo, con el correr de los días la dulce princesa atónita observaba como su rey empezaba a colmarle con tesón su repentino desdén y profundo silencio, sin decirle adiós la soltó para desprenderse del peso de su amor cual lastre que se libera para poder continuar en aparente libertad; sin más la dejó ser libre sin imponerle condiciones, sin darle motivos o explicaciones.
Ante tal situación, la princesa enviaba misivas sin obtener contestación, cuando finalmente el desencanto la tocó, no sintió la necesidad de pedir las llaves para escapar de aquel dulce encanto. Ante tal impacto no tuvo más opción que dejarse liberar cual crisálida en eclosión, advirtiendo así que sin el rey ella perfectamente sobreviviría.
Tania Castro
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