La brisa aún no me traía los olores de mi amado.
El ñame ya desecho y fundido tras mi meneo constante;
el mote de queso estaba casi listo.
Le había agregado el sofrito de ajo y cebolla,
queso criollo fresco y duro
y queso crema.
La brisa aún no me daba visos de su pronta llegada.
Desprevenida rallaba queso mozzarella,
cuando su respirar se prendió
en el lóbulo de mis emociones.
Ahí estaba él, tras de mí,
confabulado con la brisa tras un toque tardío a la puerta;
sus labios recorriendo mi cuello,
como si condujera por la vía al mar, pero sin prisa,
toda la vía era suya;
al rozar mi pecho, ¡vaya!,
el queso salió volando de mis manos
y los dedos se me incrustaron en el rallador,
entonces ya no era queso sino dedos rallados;
dolió, ardió, escandalizó un poco.
Igual tomé dos platos, serví el mote,
le esparcí mozzarella, crema de leche
y queso parmesano.
Plato terminado.
Pero él continuó en mi búsqueda
y sólo en mi vientre palpé el fuego de sus manos,
era olvidarme de todo, dejar de lado el mote,
dar la vuelta, mirarlo a los ojos, prenderme sobre él…
De repente, rompió el silencio para decirme:
-¡No, mi amor!,
primero el mote de queso,
luego continuamos con la faena
que apenas comienza-.
Poeta invitada: Dina Luz Pardo Olaya
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