Puedes darle alas a la imaginación, deslizarte entre águilas y ángeles de siete cielos.
Acto seguido vendrá la realidad disfrazada de razón,
a pedirte cuentas de cómo fue que volaste.
Y tú, que ya no habitas la niñez, pretenderás responder.
Por cordura te harás caer en cuenta que lo de volar requiere método.
Y caerás, es literal; y si caes es porque en verdad habías logrado estar en vuelo,
pero bastó que la realidad te lo preguntara para que te llenaras de duda,
te hicieras pesado y descendieras al plano de la mente.
Ahora, como si supieras qué significa eso de poner los pies en la tierra,
te regañarás por haberte puesto a imaginar: ¡A pensar en las huevas del gallo!
Los gallos de corral no vuelan. También a ellos, como a ti, se los tragó la realidad con el canto de las madrugadas, el maíz del día, la tiranía del gallinero. Se les olvidó volar,
y no solo a ellos.
Siguen abiertos los cielos, como en diciembre los calderos.
Poeta invitado: Jorge Mario Sarmiento Figueroa
Ilustración: Turcios
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