No solo fue un luchador en llanuras, valles y montañas, el Libertador también tiene una historia profundamente erótica de batallador en el lecho amoroso. Esto lo descubrió el periodista y escritor Luis Roncallo Fandiño quien nos dio su visto bueno para compartirla con ustedes.
Redacción #sinrecato.
A raíz de la serie de Bolívar, ha vuelto a coger fuerza la obra del colega Luis Roncallo Fandiño, escritor tenerifano del Magdalena, quien en su novela ‘Las Locuras Pasionales de Bolívar’, nos retrata la vida amorosa y sexual del Padre de la Patria, sin tapujos, pero con una belleza extasiante que obliga a leer la novela desde el principio hasta el final sin parar.
La novela que fue publicada hace unos años por Editorial Planeta y que los lectores están pidiendo ya una reedición pues se encuentra agotada en los anaqueles de las librerías. Igual pasa con su otra obra ‘Anne Lenoit: La Siempreviva del Libertador’, de editorial Kaireya.
En un delirio febril magnificado por la enfermedad y a cercanía de la muerte, Bolívar abraza de nuevo en el recuerdo a todas las mujeres que amó a lo largo de su vida. Mujeres de distintas clases sociales, jóvenes y no tan jóvenes, de América y Europa, con las que tuvo algún tipo de escarceo, y que en la pluma indiscreta y provocadora del novelista y periodista Luis Roncallo cobran una dimensión de pronunciado erotismo.
Este autor baja del pedestal al Padre de la Patria y lo pone en el lecho amoroso, donde libró batallas tan prolíficas como aquellas en las que blandió su espada contra el yugo español, creando así otro mito, no ya el del Libertador sino el del héroe sexual con interminables bríos amatorios.
Simón Bolívar nunca ha quedado en una obra literaria tan desvalido y tan desnudo, pero al mismo tiempo tan humano, tan decididamente erótico y tan abandonado de la patria a la que le dio vida con sus sacrificios. En esta novela, anclada en la historia y adobada con la imaginación, se ve al héroe disminuido y melancólico, dándoles vida a sus recuerdos de alcoba, en los que se refugia mientras espera caer en el lecho de la amante definitiva, la terrible novia de la eternidad: la muerte.
Es ese Bolívar de la revolucionaria Güera Rodríguez de México, de la Anne Lenoit francesa a quien ama en Salamina y Tenerife, en esta última población en la casa de su amigo y revolucionario Antonio Locarno, antepasado del general Bonet Locarno; el amoroso de su prima Fanny Du Villar a la que le hace el amor pistola en mano al lado del bravo coronel francés esposo de esta, quien yace dormido y borracho mientras Bolívar penetra a su mujer y le saca los más altos cantos de su entraña.
Es el que le birla la novia al capitán de la marina de los Estados Unidos Jack Percival, quien lo busca para batirse a tiros frente a la afrenta de haberle quitado a su prometida en matrimonio; el que hace que Agustin Gamarra, a quien nombra presidente de Bolivia no pueda con el peso de los cuernos de Francisca Zubiaga su esposa, adicta a los bramidos de cama de Bolívar y desesperado agradezca su nombramiento como presidente pero le reclame el haberle puesto como un venado; es el Libertador de Juana Capacho, preciosa adolescente a quien toma en plenos matorrales; el Bolívar que para hacerle el amor a la esposa de un español es capaz de montarse en unos zancos y llegar al segundo piso a sacarle los berrinches de vientre.
Ese Bolívar guerrero de campo y de estancias de fornicación, el culiador sin medida y sin límites, al que le ponían las adolescentes en fila para que desfogara sus deseos en las poblaciones que conquistaba, el desvirgador que pusieron los historiadores en los altares, al que una prostituta de Francia cree que es homosexual porque pretende tomarla por los cuartos traseros en una noche de juerga; el que hace que el Dr. Thorné pierda a Manuelita Saenz en sus brazos y caiga en sus arrebatos, el Bolívar capaz de follarse a la misma muerte y a quien muy pocas se les escapan de sus intentos sensuales.
Recordando aventuras
Es esta obra la que ha puesto al Bolívar moribundo a recordar sus aventuras sobre las proas de los barcos libertadores, en las playas del mar o en las riberas de los ríos, en las casas de campo o a campo descubierto o en los jardines de Venezuela o de México, en las hamacas que dejaba almidonadas en sus quehaceres de placer embriagantes.
Ese Bolívar que fue kilométrico en distancias recorridas, en batallas celebradas y en penetraciones furibundas que enloquecían a sus amantes y que empezó en Tenerife, Magdalena el periplo libertador al ganar la batalla el 23 de diciembre de 1812 y con la ayuda de tenerifanos, mompoxinos y valduparenses hizo el peregrinaje libertador en triunfo hasta Caracas, llamado la Campaña Admirable,
Ese Bolívar cuyos triunfos en el Caribe son desconocidos ahora por la celebración del bicentenario donde los cachacos se apropiaron de su efigie y pretenden que sólo combatió en aquellas tierras, desconociendo a Tenerife Laurel Inmortal de Nuestra Historia y a Mompox, que dio le dio gloria al Libertador y a tantos otros pueblos ribereños donde Bolívar con la ayuda de los pobladores logró consolidar la libertad americana.
Bolívar no dejó hijos, una prostituta francesa le infectó con una gonorrea terrible, en épocas en que el tratamiento era llamado “purgación” porque consistía en soplado mediante una varilla de madera hueca por el uréter de permanganato de potasio líquido y luego un masaje prostático para sacar la materia acumulada en el interior, lo cual era doloroso y esterilizante.
Ese es el Bolívar que muere en Santa Marta añorando mujeres hermosas y cuyo cadáver acompaña la francesita Anne Lenoit, vestida de negro riguroso mientras va con un velón exclamando por las calles de Santa Marta:
– ¡Ay, nadie lo ha amado tanto ni tan tiernamente como yo!
Y luego del sepelio y de los nueve días de velorio, vuelve a Tenerife como su viuda eterna, a cultivar el altar de su amor para siempre, siendo llamada ‘La Siempreviva del Libertador’, título que lleva otra novela de Luis Roncallo Fandiño, donde de manera magistral se cuenta esta historia.
Bolívar en sus distintos devaneos amorosos dejó claro que “El que es vergonzoso no come sabroso” y “Gacharaca que come corozo confianza tiene en su jopo”, aplicado este último refrán a aquellas damas que se atrevieron a entregarle sus encantos pese a la fama de “pingón” que le precedía.
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