Carlos, el protagonista de esta columna, es un tipo buena gente, trabajador, casado, con un fetiche desde la adolescencia que cuenta hoy #sinrecato: “Tenía 13 años cuando intenté robarme las primeras tangas de una vecina, por desgracia no pude. Al tiempo lo volví a intentar esta vez fue en la casa de un amigo que tenía una vecina que estaba buenísima, y ese día casi logré mi cometido, tuve ese hilo en las manos, pero nos pillaron y me tocó dejar el botín”.
Continúa con su relato: “Bueno la verdad todo empezó por un amigo; él tenía una novia que estaba muy buena, eso fue cuando estaba en la universidad. Un día estaba en el apartamento de él, me dijo si vieras que tengo y me muestra el hilo de su novia. Me alboroté nada más de imaginármela”.
Me la regaló y me contó que el a veces se quedaba con las tangas o ropa íntima de sus ex y me quedo sonando aún mucho más la idea y desde ese momento empecé a coleccionar los pantys usados por mis ex”.
La misofilia es el fetichismo por el cual se siente una gran excitación al oler o entrar en contacto con alguna prenda sucia, y en especial, como en el caso de Carlos, cuando se trata de una prenda interior.
Las personas mesofílicas se excitan con aquellas prendas íntimas que saben que han sido usadas y a las que además le ha quedado algún rastro corporal en ellas (flujo, sangre menstrual, orina, semen o excremento).
Carlos confiesa que: “El solo hecho de imaginarme que esa pequeña prenda está en medio de sus vaginas y lo delicioso que huelen, me vuelve loco. Cuando las coleccionaba no me gustaba echarles semen, ya que perdían su esencia. Así que solo las olía y me masturbaba imaginando y sintiendo el aroma”.
Lo más curioso es que hay un mercado clandestino virtual, a través de las redes sociales, en los que muchas personas están dispuestas a pagar buenas sumas de dinero para adquirir lencería usada por un tipo de personas con rasgos específicos. Para lo cual debe acompañarse de una prueba que la prenda fue realmente usada.
Japón es uno de los países con un mayor número de fetichistas y existe la creencia que hay máquinas expendedoras de pantys usados, llamados ‘burusera’. Los expertos confirman que es una leyenda urbana y aunque no se puede asegurar, lo que, si es cierto que, en el país nipón, desde 1990 la venta de lencería usada está restringida, la razón principal es porque las más solicitadas son las prendas íntimas de menores de edad.
Aunque esta práctica no representa riesgo alguno de contraer Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS), que necesitan contacto íntimo. Y solo sería un riesgo a nivel psicológico, si le impide llevar una vida normal, razón por la cual debería buscar ayuda psicológica.
Sin embargo, algunos dermatólogos confirman que al realizar esta práctica podrían contraer impétigo, impétigo ampolloso, foliculitis, forunculosis o escabiosis, esta última producida por un ácaro que puede sobrevivir varias horas en una prenda.
Como en el libro ‘El perfume’, de Patrick Süskind, el autor expresa que los olores evoquen el privilegio de la invisibilidad. Antes del tacto, el olor es un mensajero de una esencia que desaparece en el aire, pero tiene el poder de quedarse gravado en la memoria. Jean – Baptiste Grenouille, el protagonista de este relato no despide ningún olor y fue privilegiado con el don excepcional del olfato que le permite percibir todos los olores del mundo.
Carlos expresa que “No hay nada más triste que esos calzones sin olor” y asegura que desde que las mujeres usan protectores perdieron su identidad y su sello característico, ese delicioso olor a mujer.
No Comments