En agosto del 2017, mi mamá fue diagnosticada con cáncer de útero. Aunque, juiciosamente, se hacia las citologías, un mal dictamen de la Liga de Lucha Contra el Cáncer en Barranquilla indicaba que todo estaba bien, pero no era así.
Una mañana mientras decoraba una caja de pañales que le iba a regalar a una amiga. Estaba sentada y al levantarse le vino una fuerte hemorragia. De inmediato corrimos a la urgencia. Luego de una larga espera, una biopsia confirmó el diagnóstico.
Desde ese día, empezó su batalla contra el cáncer, fuerte y dolorosa que solo los que la han vivido de cerca saben de lo que les hablo.
Después de una histerectomía, 25 radioterapias y 6 braquiterapias, celebramos que teníamos una mamá sana otra vez. No bajamos la guardia. Mi hermana odontóloga, hoy después de tanto investigar, preguntar y consultar, puede dar cátedra sobre el cáncer. Siempre estuvo atenta a cada estudio, examen, malestar que podía sentir mi mamá.
Pero la felicidad duró muy poco. En diciembre 30 del 2019, volvió el cáncer con más fuerza. Nos tomó por sorpresa, nos dejó devastadas, sin saber qué pasaba, y con muchas preguntas sin poder responder: ¿Por qué otra vez ¿Qué habíamos hecho mal? “Presenta diagnóstico de cáncer de endometrio con metástasis a hígado, nódulo pulmonar derecho, lesión osteoblástica en sexto arco costal posterior izquierdo”, fue la aterradora noticia.
Sí, aterradora, dolorosa o fatídica como suena la palabra cáncer. Sin embargo, hoy lo puedo llamar “bendito cáncer”, porque pese a todo pronóstico: tres meses de vida. Increíblemente, superó toda expectativa y vivió un año más.
En ese momento, medicamente no había mucho que hacer, pero insistimos. Le ordenaron 6 quimioterapias. Lejos de inquietarse por los malestares, lo que más le preocupaba era perder su cabello, diva nunca ‘indiva’. También perdió sus pestañas, sus cejas, pero jamás su entereza.
Y ahí fue cuando hicimos todo lo divino y lo humano para que la mujer más importante de mi vida, la líder de mi familia, la mejor abuela, la mejor hermana, tía, sobrina y amiga, disfrutara sus últimos días.
Tenía muchas virtudes, pero era humana. Era terca, controladora, mandona, pero ha sido la mejor influencia de mi vida y el mejor espejo en el que podré reflejarme. Aprendí de ella que vivir en el pasado, enferma. Que hay que vivir el presente intensamente y que hay que trabajar duro si quieres llegar donde quieres, pero también debes vivir para ti.
A mediados de noviembre del 2020, empezaron los malestares y entendimos que era el comienzo del fin. Cuando alguien que amas tiene una enfermedad terminal, te sientes comprometido a darle dignidad a su muerte.
Siguió de pie, dando la batalla como solo las mujeres poderosas, valientes y guerreras como ella pueden hacerlo. Siempre supo que tenía cáncer, pero preferimos callarnos lo grave que estaba. Estaba aferrada a la vida, por el inmenso amor que sentía por su familia.
En Colombia la salud no es un derecho, es un asunto más al que solo le dan importancia cuando genera algún tipo de beneficio. Para nadie es un secreto que enfermedades como el cáncer, entre otras generan altos costos, pero facturan bien. Pero ya en el caso de mi mamá cuando no hay nada que hacer, lo único que te queda es esperar en casa.
Saben lo ¿Qué eso significa? Debes esperar en tu casa hasta que agonices y mueras. Aunque en dos ocasiones sentimos que ya se nos iba, fuimos hasta la urgencia de la Clínica Bonnadona, la única oncológica de Barranquilla con un buen equipo humano y médico, pero en el que están colados muchos indolentes.
Las circunstancias de la pandemia, por supuesto que hicieron compleja la capacidad de los pacientes, pero nunca mi mamá mereció una cama, solo alcanzó a llegar a la urgencia y a que le hicieran una pequeña cirugía, al ponerle un catéter que le permitía drenarle el líquido que se le acumulaba en el abdomen y que no la dejaba comer, dormir, respirar, orinar, vivir.
Sin embargo, solo en la adversidad sabes de que estás hecho, y quiero aclarar que mi hermana y yo no tenemos muchos recursos económicos, pero logramos darle esa dignidad que mi mamá merecía.
Contratamos una enfermera, el doctor Jacobo Palma Brugés, médico general y mi primo, se comprometió a vigilarla 24/7, y un equipo familiar reducido pero lleno de amor y compromiso, estuvo muy cerca. Hoy solo mi gratitud eterna para ellos.
Pienso en las personas y sus familiares que no tienen recursos, y me pregunto: ¿Cómo hacen? Mientras no haya una legislación seria sobre la eutanasia, o el sistema de salud haga claros acuerdos para darle una muerte digna a un enfermo terminal, seguirá la atención paquidérmica, indolente y deficiente en Colombia.
Iniciamos un trámite con la EPS Salud Total para que nos apoyara con un servicio de médico en casa y la respuesta llegó tarde, empantanada en la tramitología. Mi mamá se anticipó.
Sufrió mucho. No alcanzan a imaginar cuanto duele. El único consuelo que me queda es que ahora está en el lugar maravilloso en el que ya no hay más dolor.
El cáncer es la verdadera pandemia. Llega sin avisar y arrasa con la salud, la vida, la familia, la economía, la tranquilidad.
Solo un alma fuerte y guerrera, como lo fue mi mamá, resiste hasta el final y nosotras con ella. Gracias mami. Eres eterna.
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