La hojaldre,
delicadamente delgada,
extremadamente crocante,
naturalmente fresca.
Y el manjar de leche,
en su tierna espesura,
en su dulce no empalagoso,
en su transformación
de blanco a ámbar brillante,
se adentra derretido
entre cada capa de la hojaldre.
Y la crema pastelera,
con la textura y suavidad, adecuadas,
con la justa cantidad de vainilla,
con el toque de nata
y cáscara de limón rallado,
mezclándose con el dulce de leche
sobre cada lámina delgada
del amasijo finamente expuesto,
crujiente y con su inconfundible
sabor a mantequilla.
Y su boca,
ah, su boca,
bocado a bocado,
deja soltar migas
que caen en mis manos.
Esto de poner
milhojas crujiente entre sus dientes,
es música en dimensiones
que traspasan el cielo del gusto
y del tacto y del olfato,
como lluvia de partículas
que dan cuenta del amor
que se manifiesta,
como hojaldre al paladar,
después de verle sonreír
comiendo junto a mí,
lamiéndose los dedos,
con la caricia que llega
al crepitar de los cuerpos
y una milhojas en su boca.
Poeta invitada: Dina Luz Pardo Olaya
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