Mamá llora en esta mañana.
Cascada de imágenes de mi abuela, ha bañado su rostro.
Percibe el olor a pueblo adherido a su piel,
alrededor de una tiznada olla sobre la hornilla encendida,
recuerda cómo desprendía el aroma de sus guisos.
Al terminar de cocinar,
arrojaba a la lumbre peticiones al Todopoderoso,
espirales de humo ascendían al cielo como fragante incienso.
Con voz de secreto decía:
“Helos aquí, en este mundo agitado y convulsionado,
guarda mi descendencia Señor,
acércalos a tu regazo, como yo hoy descanso en el tuyo”.
Las piedras rústicas y corroídas de la hornilla,
aún están calientes, pero ya no hay fuego.
Sólo tizones calcinados que sueltan volutas de humo.
Perdió frescura el café que se tomaba en las tardes,
para escuchar sus cuentos de terror y de risa.
Ya no está la vieja casa de palma y bahareque,
ni los taburetes donde se pescaba más de un sueño,
ni la tinaja donde se tomaba agua, siempre fresca y dulce.
Ya no hay yuca por desenterrar en el patio de la abuela.
Mamá sigue soplando cada astilla de roble seco,
no hay fuego, su madre ya no está,
con ella murió el árbol de canelo que al amanecer
esparcía su esencia de refinada especia.
Sobre la hornilla caen como briznas,
hojas secas del canelo, de los nísperos
y el rocío constante de mañanas
que terminan ahogándonos en inviernos apresurados.
Mamá llora por su madre y por su nieta,
yo lloro por mi hija y por mi abuela.
Alzaron el vuelo primera y cuarta generación.
Quedamos -en medio de humaradas que envuelven las añoranzas-,
segunda y tercera de una cadena
que tal vez conmigo llegue a su fin.
La hornilla ya no tiene fuego, sólo un halo de humo
donde siguen desprendiéndose
las peticiones de mi abuela, al Todopoderoso.
Poeta invitada: Dina Luz Pardo Olaya
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