Eso de llegar y apuntar con ahínco
en la parte superior de mi pierna izquierda
dio un giro crucial.
Aquella noche mi hombre
me acarició por más tiempo
me besó los suspiros
lamió mis jadeos
sincronizó el ritmo del encuentro.
Justo en mi último gemido
un jején logró el pinchazo más profundo
que algo o alguien haya provocado
allí, donde cadera y pierna
son como boca y lengua.
Grité tan fuerte que él pensó
que el de ese día
fue mi mayor clímax.
Lo recuerda con una sonrisa
airosa en su rostro.
Yo, guardo silencio
silencio sobre la noche
del jején.
Poeta invitada: Dina Luz Pardo Olaya
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