Creo, en el durazno
que almibarado seduce mi lengua,
dejando en boca la memoria de su carne
color sol, sabor a día.
Creo, ácida e irresistiblemente, creo,
en la maracuyá
rociada con leche condensada,
que en agridulces estallidos
pone a bailar mis papilas gustativas.
Creo, deliciosamente, creo,
en la torta de ciruelas
que, bañada en vino tinto,
me juega malas pasadas
y me embriaga
esponjosa y dulce en cada bocado.
Creo, inmarcesiblemente, creo,
en el arroz que se hace flor
perfumado con ajo fresco.
Creo, misteriosamente, creo,
que la noche esconde en su útero,
el guiso mejor sazonado
sobre la lumbre encendida,
en la madera seca
que me habla de abuela y madre
y su mejor especia, el amor.
Creo, gustosamente, creo,
en el coco rallado
que suelta sus aceites y leche
para bañar el filete blanco rosáceo
del pescado que disfruto comer
o de los camarones al dente
que me encienden y excitan.
Creo, intensamente, creo,
en el cilantro
-imponente ramillete-,
que aliña mis caldos y vinagretas.
Creo, rítmicamente, creo,
en la cebolla,
escarcha de mis versos
al ritmo cha cha chá,
licuada o en juliana,
señora de mis ensaladas
y fondo para aderezos.
Creo, ciegamente, creo,
en la leche evaporada,
convertida en manjar
para untar en galletas, tostadas
o en la piel de mi hombre.
Creo, enfáticamente, creo,
en los cinco sentidos
que entran a la cocina cuando escribo
y un sexto para inventar
mixturas en mi paladar,
para cuando él me bese
le sepa diferente,
con mi esencia de siempre,
la que lo lleva a retornar a mi boca.
Creo, irreductiblemente, creo,
en Dios Todo Poderoso,
creador de mis seis sentidos
a quien elevo gratitud
por saberme extasiada
por lo que como,
degusto,
disfruto,
escribo,
poetizo.
Poeta invitada: Dina Luz Pardo Olaya
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