En un reciente vistazo a las actividades en las que andan científicos empeñados en saber el mínimo detalle sobre la evolución de los humanos, se extraen datos nuevos e interesantes que es bueno compartir.
En BBC Future se publica el artículo ‘Cómo eran las relaciones sexuales de los neandertales’, de la escritora científica independiente, Zaria Gorvett, que da más luces de la herencia de nuestros antepasados, cotejando modos de vida y comportamientos de los actores en escena, en este caso neandertales y ‘humanos modernoprimitivos’.
Gorvett reseña el descubrimiento, en el 2002, de la ‘Cueva con Huesos’, Peştera cu Oase, en montañas del suroeste de Los Cárpatos, cercanas a la ciudad de Anina, Rumania, por parte de exploradores, en cuyo interior había una mandíbula humana, según el análisis a partir de la técnica del radiocarbono.
“En ese momento, los científicos notaron que, si bien la mandíbula era inconfundiblemente moderna en su apariencia, también contenía algunas características inusuales similares a las de los neandertales. Años más tarde, esta corazonada se confirmó”, destaca la escritora para resumir las altas probabilidades de convivencia dada la composición genética y “la evidencia de que el sexo entre los humanos modernos primitivos y los neandertales no era un evento raro”.
Otro grupo de científicos, en el 2017, halló más indicios en las montañas de Altai, en Siberia, que datan de unos 100.000 años. Incluso, en el mismo año, Laura Weyrich, antropóloga de la Universidad Estatal de Pensilvania, Estados Unidos, descubre la “marca la marca fantasmal de un parásito microscópico de 48.000 años aferrado a un diente prehistórico”.
“Veo a los microbios antiguos como una forma de aprender más sobre el pasado, y el sarro es realmente la única forma confiable de reconstruir los microorganismos que vivían dentro de los humanos antiguos”, dice Weyrich, citada en el artículo de Gorvett.
Aunque pudo haber sido producto de los alimentos, lo que sostiene la antropóloga, al cotejarse con placas dentales de hallazgos en tres cuevas diferentes, dos de ellas en El Sidrón, noroeste de España, es que “uno de los dientes contenía la firma genética de un microorganismo parecido a una bacteria, Methanobrevibacter oralis, que todavía se encuentra en nuestra boca hoy en día”, lo que podría haberse provocado en un beso.
Por otra parte, el artículo de Gorvett, además reseña la concentración, desde el 2008, de los científicos en establecer si fueron mujeres neandertales las que se acostaron con “los hombres humanos modernos primitivos”, o viceversa.
Lo que sí tienen confirmado, al analizar muestras de ADN en el 2018, que los primeros sostuvieron relaciones con una subespecie de humanos, denominada ‘Desinovanos’, que se desprende del hallazgo de osamentas en la cueva Denisova en las montañas de Altai, en Rusia.
“Los denisovanos tienen rasgos comunes con los humanos modernos y los neandertales… Esto se hizo particularmente evidente en 2018, con el descubrimiento de un fragmento de hueso que pertenecía a una niña, apodada Denny, que tenía una madre neandertal y un padre denisovano”.
Otro hallazgo, de acuerdo con Corvett, es del investigador Ville Pimenoff relacionado con las infecciones de transmisión sexual, incluso las que terminan produciendo cáncer, quien luego de evaluaciones de diversidad genética asegura que hay altas probabilidades que estas hayan pasado de los neandertales a los humanos primitivos, aunque también hubo contagios hacia ellos.
“De hecho, el sexo con neandertales podría habernos dejado otros virus, incluido un antiguo pariente del VIH. Pero no hay necesidad de sentirse resentido con nuestros parientes, porque también hay evidencia de que les contagiamos ETS, incluido el herpes”, señala la investigación.
Para cerrar el resumen del artículo de la escritora Gorvett, otro aporte científico está relacionado con las características del pene y la vagina de los neandertales, que facilitan información “sobre su el estilo de vida, estrategias de apareamiento e historia evolutiva”.
“El reino animal contiene una variedad caleidoscópica de diseños. Estos incluyen el pulpo argonauta y su pene desmontable con forma de gusano, que puede nadar solo para aparearse con las hembras, o las vaginas triples de canguros, que hacen posible que las hembras estén embarazadas perpetuamente.
Una de las formas en las que los penes humanos son inusuales es que son lisos. Nuestros parientes vivos más cercanos, los chimpancés comunes y los bonobos, con quienes compartimos alrededor del 99% de nuestro ADN, tienen ‘espinas del pene’.
Se cree que estas pequeñas púas, que están hechas de la misma sustancia que la piel y el cabello (queratina), evolucionaron para eliminar los espermatozoides de los machos competidores o para irritar ligeramente la vagina de la hembra y hacer que deje de tener relaciones sexuales por un tiempo.
En 2013, los científicos descubrieron que el código genético de las espinas del pene no existe en los genomas neandertal y denisovano, al igual que en los humanos modernos, lo que sugiere que desapareció de nuestros antepasados comunes hace al menos 800.000 años.
Esto es significativo, porque se cree que las ‘espinas del pene’ son más útiles en especies promiscuas, donde pueden ayudar a los machos a competir con otros y maximizar las posibilidades de reproducción.
Esto ha llevado a la especulación de que, como nosotros, los neandertales y los denisovanos eran en su mayoría monógamos. Sin embargo, hay alguna evidencia que sugiere que los neandertales tenían más sexo que los humanos modernos”, destaca Gorvett en su más reciente escrito que busca respuestas al frecuente interrogante: ¿De dónde venimos y cómo hemos evolucionado?
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