Tras de mi quedó la puerta cerrada, con firmeza en mis ojos no volteo a ver lo que dejo porque nadie me echará de menos y allá, ya no tengo nada.
Soy el guerrero que además de mi espada llevo conmigo la azada,
defendí a mi prole en la guerra, pero también sembré
y cultivé en buena tierra.
Hice nacer flores entre las hiedras a las que les entregué mi amor y mi fuerza, jamás permití que al bello jardín llegara plaga o creciera alguna maleza.
Los tulipanes se inclinaron con mi ternura
más, no lo hizo la rosa, que clavó en mi corazón
su espina más venenosa.
Cayeron mis lágrimas y sangre en el cántaro donde traía el agua que les daba la vida, ya no les supo igual, porque sus raíces prefirieron probar otra bebida.
Mis hermosos capullos cerraron sus pétalos
a los cuidados que en el verde campo daba su amoroso jardinero
pero abrieron sus hojitas a un falso edén, en un invernadero.
Con mi equipaje en mi espalda me detengo a ver el arco de fuego que se asoma detrás de la montaña, pienso devolverme pero sé que me tengo que ir, pues la estrella de la mañana que mata a las sombras, salió a verme partir.
Solitario emprendo mi marcha llorando por mi amado vergel,
Iré a eriales sin dueño para sembrar mi semilla
pero a donde llegue y a pesar del tiempo,
mi alma se quedó en aquél.
Poeta invitado: José Gregorio Hoyos Muñoz
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