Hoy, concluye el ‘Diario de una pasión’ que, a medida que pasan los días, es más #sinrecato. ¡Disfrútenlo ¡
Día 5
Ella es adicta a sus besos. No entendía nada y tampoco quería entender. Solo sentir esa adrenalina, ese deseo ardiente de estar cerca de él. Estaba viva. Hacía muchos años nadie la besaba así, dedicándole tiempo, rodeándola con sus brazos y embriagándola con su boca y su lengua.
¿Cómo acordar otro encuentro? Tenía mucho trabajo, pero no había viajes, ni había tiempo. Habían pasado dos semanas y Pedro ni le escribía ni la llamaba. Luisa ya había soñado con el próximo encuentro, pero decidió no hablar con él.
Sin planearlo, en el parqueadero de ese lugar se encontró con Pedro. Ella salía, él entraba. Las casualidades existen. Ella pasó a su carro y lo que pasó fue increíble. Las manos de Pedro desabrochaban su blusa y las manos de Luisa estaban en el pantalón de Pedro.
Fue un instante sublime de un éxtasis total y absoluto. No hubo más palabras, solo un largo aliento para poder continuar. Eran apenas las 9 de la mañana de un lunes para tantas emociones reprimidas.
Se miraron y acordaron empezar a conocerse más. El café era un lugar perfecto, entre privado y público. Compartían los mismos gustos musicales, les gustaba el jazz, y el bossa-nova.
Nacieron el mismo año, 1987; él en enero y ella en diciembre. Ambos vivieron en la misma ciudad fría a cortas cuadras de distancia y ambos estudiaron su universidad en Europa, él en Portugal y ella en España. Eran muchas coincidencias.
El café era el lugar perfecto. Tres veces más coincidieron allí. Besos eternos, abrazos hasta el alma y sexo mucho sexo.
Día 6
Pedro viajó sin avisar. Luisa se ocupó en su trabajo. La adrenalina había bajado un poco y sabían que verse en el café era la excusa perfecta. Pasaron dos meses y Luisa de repente recibe una llamada.
-Es urgente verte, te espero en el café a las 7 en punto. No adentro -le dijo Pedro-, en mi carro mejor.
Luisa tenía programado un viaje, así que llegaría tarde. Pedro decidió esperar. Se vieron a la una de la mañana. Salieron del café sin rumbo fijo y encontraron un lugar cómplice. Ambos temblaban, estaban acelerados. Se desnudaron y ella bailó desnuda para él, algo que ella nunca había hecho. Él la admiró con deseo, se la comía con la mirada.
Pedro besó sus senos y con su lengua recorrió todo su cuerpo, no quedó un rincón sin delinear. Su generosidad era infinita. Ella era su protagonista. Él se dedicó a abrazarla, besarla y acariciarla como nunca le habían hecho sentir.
Ella comprendió lo vacía que era su vida. Tenía todo lo material a su alrededor, pero él empezó a llenar sus momentos con su fuerza, su desparpajo y ella aprendió con él a ser generosa en el sexo, a tomarse tiempo, a dedicarse a los detalles, a volverse a consentir.
Él dejaba la fría ciudad. No había posibilidad de volverse a ver. Era su despedida. Repitieron la faena. Luisa se apresuró. Ella tenía mucho trabajo y solo dos horas de sueño para recuperarse. Se dieron un último beso. Su lengua de fuego de nuevo. Se soltaron y él se fue.
Día 7
Han pasado siete meses. Pedro está lejos y Luisa solo abraza sus recuerdos. Cada vez que lo sueña y lo desea amanece llena de tranquilidad porque no desaprovecharon un solo segundo. Pero lo extraña quiere oírlo y anhela un abrazo suyo. Se aferra a lo aprendido, la generosidad infinita, el placer auténtico, el amor propio, el goce de sus besos y sus caricias.
Pero más allá de eso. Él le enseñó autoconfianza, valentía y no juzgar, en conocer sus deseos, y sobre todo en desarrollar sus talentos.
Además de los besos interminables compartieron también charlas interminables en dónde él le recordaba lo valerosa que era y que no se debía autosabotear. Que debía aprovechar su potencial, su rudeza y su firmeza y que no perdiera la pasión y vivir su sexualidad con libertad, gozando y entregándose hasta el extremo.
Luisa obtuvo un merecido ascenso. Era otra, más intuitiva, generosa y disciplinada.
Pedro, en su viaje, decidió emprender y logró posicionar en poco tiempo su marca. Aprendió de esta mujer valiente a sobreponerse a la tristeza. Luisa le envío un saludo y esperó. Pedro nunca contestó.
Día 8
Ha transcurrido la vida de ambos. Lejos el uno del otro. Ha pasado más de un año desde su despedida.
Luisa le envía mensajes en su fecha de cumpleaños, en el aniversario de su madre, en navidad y año nuevo. Pedro siempre le responde, pero no pasa de allí. No hay un continuar, no hay un “juntos”.
Solo hay paz y agradecimiento. Dos seres generosos. En momentos de vida muy diferentes. Pedro regresa del viaje. Luisa recibe un mensaje:
– ¿Nos tomamos un café? 9 p.m. Parqueadero.
Se dan un abrazo largo que les llega al alma. Como esa planta que está a punto de morir por falta de agua. Hablan hasta las 11 p.m. Es mucho tiempo sin saber el uno del otro.
Corren a un lugar secreto de nuevo. Es tiempo para ellos. La desnuda lentamente. Ella tiene su lencería favorita, de encaje negro. Ella usó un jabón de lavanda y él tiene su perfume favorito. Esta vez hay dos sillones. Es turno para ella y baila y se desenfrena. Él, la mira maravillado.
Paran y se miran, se ríen e inician la faena. Han pasado dos horas y el tiempo pasa lento. Es su tiempo. Luisa regresa a las 3 a.m. Su cuerpo tiene memoria y ha vuelto a recordar lo que es vivir y vibrar de placer.
Posiblemente hay otro reencuentro. Ni ellos mismos lo saben…Fin
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