Abandono rápidamente el autobús para que mis
ojos dejen de sangrar por la delirante visión de los amantes
en el último puesto que no paran de amar.
Transita mi solitaria vida entre tantas almas, pero mi
atención es atrapada por aquellas manos, que
extrañas para mí, caminan entrelazadas.
Cierro mis ventanas que no desean ver un beso ajeno, pero quisiera que fuera para mí; no deseo presenciar un remolino de abrazos y caricias, pero me gustaría estar allí.
Deliciosa mirada de aquellos que hipnotizados se contemplan en su querer; y qué decir de aquella escena cuando el ser amado se marcha con la promesa de pronto volver y se desvanece lentamente hasta que en la lejanía se ve desaparecer.
Tiernas palabras de cariño eterno de sus labios suelen brotar y aunque lejos están y no los escucho, con solo verlos, entiendo lo que se acaban de jurar.
Mejor bajo mi cabeza y me sumerjo en otros pensamientos, apresuro mi paso para llegar a la soledad de mi refugio y soltar en la inmensidad de mi almohada todo lo que llevo adentro.
Es inevitable el dolor de mi corazón con tanto manifiesto humano del amor a mi alrededor.
No sé qué hacer con tanto sentimiento si no tengo a quien entregarlo, pues todo este tiempo huérfano, crece cada vez más y no encuentro la forma de apagarlo.
Poeta invitado: José Gregorio Hoyos Muñoz
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